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31 - La Nave Initial

  Jennel pensó que, a ese ritmo, los viajes en el tiempo acabarían por parecerle algo banal. Se esforzaba por calmar el vértigo que aún la invadía, anclando sus pies al suelo para no ceder a esa sensación de ingravidez. El aire parecía inmutable, igual de árido que siempre.

  Reemprendió el camino hacia las torres de roca, cuyas siluetas se recortaban en el horizonte, familiares y sin embargo extra?amente distantes.

  Ami no se encontraba en buena forma. Su voz interior, habitualmente constante, se volvía escasa, débil, y sus frases habían recuperado aquel tono conciso y enigmático.

  Jennel aceleró el paso, impulsada por las nanitas que sostenían su resistencia. Su cuerpo fatigado obedecía de forma mecánica, pero su mente no cesaba de agitarse. Había cumplido su misión. La Nave Inicial estaba atrapada en la resonancia de Ieya, condenada a su propia destrucción en un futuro donde Alan la esperaba.

  Pero el agua seguía siendo un problema.

  La sed la torturaba más que nunca, y sus reservas estaban agotadas. Apretó los dientes, intentando ignorar el ardor seco en su garganta.

  ?Y la cápsula?

  Ya debería haberla divisado. Debería estar cerca de las torres, justo donde la había dejado antes de su viaje temporal. Y sin embargo, nada. Ni rastro del aparato.

  La inquietud se deslizó en su mente. No era normal.

  ?Había “resbalado”, como decía Ami? ?Había regresado por una senda temporal distinta?

  Ami respondió con dificultad, su voz más tenue que nunca:

  —No resbalado. Ir Ciudad.

  Jennel apretó los pu?os. No le gustaba nada aquello.

  Las bajadas naturales hacia la Ciudad Perdida se abrían ante ella, pero notó que algunos pasajes le resultaban levemente distintos. Nada evidente, sólo una impresión persistente de desajuste.

  Aceleró el paso y por fin alcanzó la Ciudad. Pero ya no tenía nada de la vibrante agitación que había conocido.

  Los Precursores habían desaparecido.

  No había más danzas centelleantes, ni desplazamientos etéreos entre arcos y torres de energía cristalizada. No quedaban rugidos suaves, ni silbidos modulados.

  Jennel sintió cómo un vacío opresivo se cerraba en torno a ella.

  Incluso Ami guardaba completo silencio.

  Avanzó con cautela, cada paso resonando sobre losas mudas.

  Entonces, una voz se coló en su mente.

  No era Ami.

  —Permanecer interior. Cerca puente.

  Jennel se detuvo en seco, el corazón desbocado. ?Quién hablaba?

  Intentó una pregunta:

  —?Por qué? ?Quién eres?

  Ninguna respuesta.

  Inspiró hondo y se puso en marcha hacia el puente. Lo encontró sin dificultad: su recuerdo del momento en que dejó allí su nombre estaba aún muy presente.

  Una idea cruzó su mente.

  ?Y si su nombre seguía allí?

  Se acercó al pilar, pasó una mano vacilante. Nada a simple vista. Pero al tocarlo, una luz se grabó lentamente en la piedra:

  “Dama Jennel de Sol.”

  No lo había so?ado. Todo aquello había ocurrido realmente.

  Pero… ?dónde estaban los Precursores?

  ?Y por qué Ami seguía callado?

  Un mal presentimiento la invadió, pero no tenía elección. Debía esperar.

  Entró en una peque?a sala abovedada junto al puente, donde un delgado hilo de agua corría por la roca.

  Un tesoro.

  Cayó de rodillas y bebió largo rato, saboreando cada gota. El agua fresca descendía por su garganta como un bálsamo milagroso.

  Su corazón recuperaba un ritmo más sereno, su aliento se apaciguaba.

  Jennel se apoyó contra el muro y cerró los ojos un instante.

  Esperaría.

  El tiempo se estiró en un silencio casi irreal.

  Jennel, acurrucada contra la pared de piedra, luchó unos instantes contra el sue?o antes de rendirse. El cansancio, implacable, pesaba sobre sus párpados, infiltrándose en cada fibra de su ser. Incluso sus nanitas, normalmente capaces de prolongar su resistencia, parecían sobrepasadas por el agotamiento acumulado.

  Cayó en un sue?o profundo.

  El murmullo del agua, el susurro lejano del viento en las galerías rocosas… todo componía una nana extra?a pero reconfortante.

  Hasta que un ruido ajeno rompió la armonía.

  Pasos.

  Un sonido claro, definido, que resonaba contra las losas exteriores.

  Jennel abrió bruscamente los ojos, su cuerpo tenso como una cuerda. Imposible. Estaba sola, lo había estado desde su regreso a esa época inestable.

  ?Entonces quién caminaba ahí fuera?

  Se incorporó con cautela, el corazón golpeando cada vez más fuerte. No era un Precursor. Ellos se deslizaban por el aire, sus desplazamientos no estaban marcados por el peso de un paso.

  Se dirigió hacia la salida, dudó un instante… y luego se contuvo.

  Mejor era permanecer oculta.

  Se refugió detrás de un pilar, dejando justo el espacio necesario para observar sin ser vista.

  Y lo que vio le cortó la respiración en un jadeo mudo.

  Un Precursor flotaba sobre el flujo temporal.

  Su forma luminosa oscilaba suavemente en la penumbra, rodeada de ondas energéticas que ondulaban como halos vivos.

  Pero no estaba solo.

  Alguien lo seguía.

  Ella lo seguía.

  Jennel sofocó un grito a duras penas.

  Su propio rostro, su propia silueta, avanzaba tras el Precursor.

  El corazón estuvo a punto de detenerse.

  Estaba viendo una versión de sí misma, más decidida, más concentrada, que caminaba sin vacilar hacia la sala de los pilares.

  El impacto la hizo apartar la vista. Cerró los ojos un instante, buscando una explicación racional: había llegado antes de su propia partida.

  El Precursor no había sido lo bastante preciso.

  El bucle temporal se había cerrado sobre sí mismo, dejándola fuera de su propia trayectoria.

  Contuvo la respiración, esperando la continuación.

  No podía ver la escena en la que su otro yo desaparecía a través del paso temporal, pero podía imaginársela con claridad.

  Entonces, un susurro se deslizó en su mente.

  —Me resulta difícil estar en varios lugares a la vez.

  Ami.

  Jennel apretó los pu?os, conteniendo una exclamación de frustración y alivio a partes iguales.

  —?No podías haber sido más claro?

  Silencio. Luego:

  —Línea temporal ajustada. Puedes marcharte.

  Jennel cerró los ojos un instante, recuperando el control de su aliento. Había conocido el pavor y el estupor, pero una cosa contaba más que todo: por fin podía partir.

  Abandonó su escondite, escudri?ando los alrededores, cada fibra de su ser concentrada en un solo objetivo. Ascendió.

  Y ahí estaba su cápsula, exactamente donde la había dejado.

  Una sonrisa cansada, pero triunfante, se dibujó en sus labios.

  Estaba a punto de regresar a casa.

  Stolen content warning: this content belongs on Royal Road. Report any occurrences.

  Jennel intentó una vez más activar su comunicador, con la esperanza de captar una se?al desde la nave de Alan.

  Nada.

  Un silencio absoluto llenaba las ondas.

  Suspiró, dejando caer la mano sobre el panel de control de la cápsula.

  Se había ido.

  Por alguna razón, había tenido que abandonar el sector. Tal vez un evento mayor, tal vez una amenaza inesperada. Lo sabía: Alan no se habría marchado sin una razón de peso.

  La decepción la rozó, pero se obligó a no detenerse en ella.

  La realidad era simple: su comunicador no tenía suficiente alcance. Estaba dise?ado para intercambios a corta distancia, y Alan se encontraba fuera de rango.

  Levantó la vista hacia la inmensidad del cielo estrellado, una mano apoyada sobre los mandos de la cápsula.

  ?Qué hacer?

  Reflexionó rápidamente. Permanecer allí, en tierra, ya no tenía sentido.

  Necesitaba una mejor posición.

  Una órbita baja.

  Podía elevarse ligeramente, lo suficiente para captar comunicaciones y, a la vez, seguir dentro de la influencia temporal de Ieya.

  Jennel activó los motores y elevó la cápsula con suavidad. La atmósfera desértica del planeta se desvanecía poco a poco bajo sus pies mientras ganaba altitud.

  Cuando alcanzó una órbita estable, activó los sistemas de a bordo y verificó sus reservas.

  Había provisiones, aunque el contenido no resultaba nada apetecible.

  Aun así, cogió una barra energética y la mordisqueó distraídamente.

  Y luego… esperó.

  Las horas se alargaron en un silencio abrumador.

  Nada se movía en el espacio.

  Verificó varias veces sus escáneres, ajustó los parámetros, buscó la menor se?al de una presencia familiar.

  Pero no llegaba nada.

  ?Cuánto tiempo más?

  Jennel se impacientaba. Su mente le jugaba malas pasadas, oscilando entre la esperanza y la irritación.

  Entonces, de pronto.

  Una alerta.

  Los sensores de la cápsula se iluminaron, detectando una salida de transferencia hiper-cuántica.

  Su corazón dio un vuelco.

  Una nave acababa de llegar.

  Los escáneres analizaron al instante la firma energética y mostraron los datos.

  Un crucero.

  Confederado.

  Xi.

  El canal de radio se abrió casi al mismo tiempo:

  —Aquí el Comandante Xi Viri de las fuerzas de la Confederación. Llamando a la Comandante Jennel de Sol.

  Jennel sintió una oleada de alivio recorrerla.

  Por fin.

  Activó de inmediato el canal de comunicación, lista para responder.

  Alan observaba el holograma táctico, los brazos cruzados, la mirada sombría.

  La situación, ya incierta, se volvía inextricable.

  Un problema temporal.

  Tal vez los Pensadores pudieran ayudar, pero regresar a Ieya no parecía sensato.

  La Nave Inicial estaría allí mucho antes que él.

  Aún dudaba sobre la mejor estrategia a seguir cuando la voz del técnico de comunicaciones resonó en el puente:

  —Comunicación holográfica entrante de la Comandante Jennel de Sol.

  El corazón de Alan dio un vuelco.

  Se quedó inmóvil.

  Un instante después, un holograma azul y translúcido se alzó en el centro del puente, formando poco a poco una silueta familiar.

  Y entonces apareció.

  Jennel.

  Y con ella, esa sonrisa.

  La que lo había cautivado para siempre.

  Su mirada brillaba con una malicia contenida.

  —Saludos, Almirante.

  Su voz, clara, resonó en la sala.

  —Creo que la misión está cumplida.

  Hizo una pausa, saboreando el momento, y a?adió:

  —Falta verificarlo, pero soy optimista. ?Y usted? ?Sigue en la niebla?

  Se instaló un silencio flotante en el puente.

  Algunos miembros de la tripulación intercambiaron miradas furtivas.

  La pregunta, poco respetuosa con la jerarquía, provocó una sonrisa discreta en varios oficiales.

  Alan entrecerró levemente los ojos, pero su expresión seguía impregnada de una ternura infinita.

  —Siempre, Comandante.

  Dejó pasar un instante.

  —Pero confío en usted para disiparla. Tenemos un problema de índole temporal.

  Jennel se irguió ligeramente en el holograma, a medio camino entre la picardía y el triunfo.

  —Qué suerte, Almirante, paso la mayor parte de mi servicio viajando en el tiempo.

  Alan alzó una ceja, intrigado.

  —Imagínese que me he encontrado conmigo misma.

  Un murmullo de asombro recorrió el puente.

  Algunos técnicos interrumpieron brevemente sus tareas, absorbidos por aquella frase absurda y fascinante a la vez.

  Alan apoyó las manos en la consola y se inclinó ligeramente, divertido a su pesar.

  —Su informe será cautivador.

  Jennel encogió ligeramente los hombros.

  —No cautivador, Almirante…

  Hizo una pausa teatral, un destello de picardía en los ojos.

  —?épico!

  Una risa espontánea estalló en algún lugar del puente.

  Alan negó con la cabeza, entre divertido y exasperado.

  Frente a él, su tripulación, a la vez atónita y entretenida, luchaba por mantener la compostura.

  Inspiró hondo, intentando devolver algo de solemnidad a la situación.

  Pero una cosa era segura:

  Ella estaba allí. Viva. De regreso.

  Y eso valía más que todas las victorias posibles.

  Jennel había recibido toda la información disponible sobre la situación en el Imperium y las preguntas de Alan. La nave de recuperación se había posado en Ieya tras encontrarla en órbita baja. No debía alejarse del planeta o no podría regresar.

  Jennel se había aislado en una peque?a sala de la nave para quedarse sola. Se concentró y llamó a Ami. Pensaba que sería difícil, ya que no se había manifestado desde que subió a la cápsula. Pero respondió de inmediato.

  —Sí.

  Jennel no perdió el tiempo.

  —Antes de abandonar Ieya definitivamente, tengo algunas preguntas sencillas.

  —Te ayudaré.

  —Si la Nave Inicial logra la modificación deseada, eso activará otro Camino que solo existe potencialmente. ?Correcto?

  —Sí.

  —No tendrá ningún impacto en el Camino que seguimos. ?Correcto?

  Una breve espera.

  —Sí.

  —Me dejaste pensar lo contrario. ?Es así?

  —Sí.

  Jennel sintió que una chispa de ira comenzaba a crecer.

  —?Por qué?

  —Los humanos necesitan una motivación fuerte para tareas arduas.

  Apretó los pu?os.

  —?La Nave Inicial va a explotar?

  —Sí.

  —No habrá activación del segundo Camino. ?Correcto?

  —Sí.

  —Ese no era el único objetivo de los Pensadores. ?Verdad?

  —Correcto.

  Jennel cerró los ojos, adivinando que Ami ocultaba información esencial.

  —Espero la explicación.

  Un momento de silencio.

  —Los Gulls no deseaban dejar que nuestro Camino siguiera su curso. Han encontrado o robado una tecnología material de manipulación temporal que les permite abrir un túnel entre dos Caminos. Han preparado una instalación con ese propósito. El riesgo de conflicto de flujos es tan alto que este proyecto es una locura capaz de destruir ambos Caminos. Es una eventualidad aún no activada que anticipamos.

  Jennel sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

  —?Puedes percibir lo que visualizo?

  —Sí. Red Temporal que debe ser destruida.

  Inspiró profundamente.

  —?Esas burbujas pueden destruirse fácilmente?

  —No. Si la Red es atacada, se defenderán y son bombas temporales que pueden desintegrar una nave.

  —?Cuál será el desenlace de la batalla?

  —Varios Caminos posibles.

  Silencio.

  —?No tienes nada más que a?adir?

  —Alan está listo.

  La comunicación se interrumpió definitivamente.

  Jennel permaneció inmóvil un instante.

  Sabía lo que debía hacer.

  Jennel se dirigió rápidamente hacia el puente del crucero Xi, con paso firme a pesar de la tensión que le crispaba los músculos. Pidió de inmediato una comunicación prioritaria con el Gran Almirante Alan de Sol. La espera fue breve antes de que su rostro apareciera en la pantalla holográfica, y no perdió un segundo en exponer la urgencia de la situación.

  —Alan, hablé con Ami. Los Pensadores previeron el peligro, pero actuaron de forma indirecta. La Red Temporal es una amenaza real. Debe ser destruida. Pero no será una batalla ordinaria. Si la atacamos directamente, se defenderá, y cada unidad de esa red es una bomba temporal. Necesitamos otro enfoque.

  Alan asintió lentamente, asimilando la información. Su mirada era dura, concentrada. Antes de que pudiera responder, una alarma retumbó en el puente del crucero Xi.

  —?Comandante! —exclamó un oficial Xi—. ?Enorme fluctuación de energía estática!

  Jennel se giró bruscamente hacia las pantallas de detección. Los sensores del crucero Xi mostraban datos caóticos, una oleada masiva de energía que reconoció al instante. El espacio alrededor de Ieya parecía ondular bajo el efecto de una transferencia hiper-cuántica de potencia descomunal.

  —?Nave de gran tama?o en aproximación! —anunció otro oficial Xi, cuya piel luminosa palideció visiblemente bajo el estrés.

  Jennel sintió su corazón acelerarse. Murmuró casi para sí misma:

  —Nave Inicial...

  La pantalla principal mostró entonces una imagen alucinante: una masa colosal surgía de la nada en órbita alta antes de frenar y aproximarse progresivamente a Ieya. Se posicionó en órbita baja geoestacionaria, justo encima de las torres rocosas.

  Era gigantesca, mucho más grande que todo lo que ella había visto hasta entonces. Una fortaleza espacial de otra era, revestida de estructuras incomprensibles y erizada de colosales apéndices mecánicos. Sus placas de blindaje, ennegrecidas por el tiempo, hablaban de milenios de errancia galáctica.

  El crucero Xi despegó en silencio, elevándose lentamente mientras mantenía baja altitud, preparado para retirarse si la situación se tornaba crítica. Todos los miembros de la tripulación tenían la vista fija en los sensores.

  Entonces, de pronto, ocurrió algo inusual. En lugar de estabilizarse, la Nave Inicial empezó a temblar.

  Las primeras sacudidas fueron casi imperceptibles. Una vibración extra?a, un estremecimiento que recorrió toda la estructura.

  Jennel lo comprendió de inmediato. La impregnación temporal había comenzado a surtir efecto.

  —Miren eso... —susurró un oficial, fascinado y preocupado al mismo tiempo.

  Una serie de explosiones internas desgarró las entra?as de la nave. Violentas sacudidas agitaron la monstruosa carcasa mientras enormes placas blindadas se desprendían y flotaban por el espacio. Chispas de energía brotaban de las brechas abiertas, liberando relámpagos violáceos y bucles de inestabilidad temporal que devoraban todo a su paso.

  Luego, la nave comenzó a desintegrarse.

  Las grietas estructurales se propagaban como una enfermedad fulminante. El casco se retorcía, algunos puentes colapsaban sobre sí mismos, como si el metal se disolviera bajo una fuerza invisible.

  Explosiones secundarias devastaron sus flancos. Torrentes de energía caótica se liberaron, formando vórtices luminosos; fragmentos enteros de la nave eran tragados por anomalías temporales que se multiplicaban sin control.

  Jennel no podía apartar la mirada.

  El clímax llegó cuando el núcleo energético fue alcanzado. Un último destello descomunal envolvió toda la nave. Una onda de choque aterradora desgarró la estructura, pulverizándola en una miríada de escombros que se dispersaron por la órbita de Ieya como una lluvia de fuego.

  —Va a llover... —murmuró Jennel.

  El crucero Xi detectó de inmediato la magnitud del desastre. Trozos de todos los tama?os, algunos tan grandes como edificios, comenzaban su descenso mortal hacia la superficie del planeta.

  —?Evasión de emergencia!

  Los propulsores del crucero Xi rugieron. La nave ejecutó una maniobra de evasión rápida, esquivando por poco un inmenso fragmento de blindaje que se desintegraba al penetrar la atmósfera.

  Desde la órbita, Jennel y la tripulación observaron impotentes el apocalipsis que caía sobre el planeta.

  Las torres rocosas, testigos inmemoriales del pasado de Ieya, fueron golpeadas de lleno por varios escombros en llamas. El impacto fue brutal. Algunas fueron literalmente arrasadas, otras colapsaron lentamente en un estruendo fúnebre, columnas de polvo elevándose hacia el cielo.

  Luego, volvió el silencio.

  La pantalla holográfica seguía activa y las imágenes continuaban transmitiéndose. Alan había presenciado toda la escena. Jennel giró lentamente la cabeza hacia él.

  Sabía que aquello no era más que una etapa.

  Lo había logrado.

  Pero ahora, era el turno de Alan.

  Inspiró profundamente y murmuró, casi para sí:

  —Misión cumplida...

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