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La sombra del callejón

  Eran las 10:15 cuando Elizabeth salió. No tenía por qué estar en la calle a esa hora, pero algo la había hecho levantarse, ponerse una chaqueta encima del pijama y salir a caminar. Ni siquiera sabía dónde iba. La ciudad estaba vacía como una casa abandonada.

  Camino un par de cuadras. Las luces amarillas de los postes chispeaban como si se estuvieran arrepintiendo de iluminar. No pasaban carros. El viento arrastraba una bolsa plástica por el asfalto, y el sonido era casi insoportable en el silencio.

  La vio sentada en una banca, al borde de la acera. Una chica delgada, con el cabello largo, cubriendo el rostro con las manos. Lloraba. Al principio pensé en seguir de largo, pero algo en el temblor de sus hombros la detuvo.

  —?Estás bien? —preguntó Elizabeth.

  La chica levantó la cabeza. Tenía los ojos vidriosos, abiertos de más, como si algo terrible estuviera grabado en sus pupilas. No dijo nada. Asintió levemente, apenas.

  — ?Quieres que te acompa?e? No deberías estar sola.

  La chica levantó la cabeza y, sin mirarla directamente, comenzó a caminar lentamente. Elizabeth se quedó un momento observándola, dudando, pero la figura de la chica —su caminar, la forma en que parecía tan frágil, como si todo su cuerpo se desmoronara— la hizo sentir una extra?a urgencia de acompa?arla. Sus pies, casi por voluntad propia, comenzaron a seguirla.

  Elizabeth siguió caminando junto a la chica, los pasos de ambas resonando suavemente en la acera, pero había algo en la cadencia de esos pasos que le parecía raro. La chica iba delante de ella, con el cabello cubriéndole parcialmente el rostro, pero aunque el sonido de los pies de Elizabeth era claro en la noche, los pasos de la otra no se oían. Al principio pensé que tal vez era por la distancia, que se había alejado un poco más, pero no pudo evitar la sensación de que algo faltaba. Los pies de la chica apenas rozaban el suelo, o eso creía.

  El silencio de la ciudad se mantenía pesado, pero de una manera diferente. Todo lo demás seguía en su curso normal: la luz amarilla de los postes titilando débilmente, el viento soplando, la calle vacía. La chica caminaba adelante, sin prisa, sin hablar, pero por alguna razón, la escena no tenía la vibración habitual de un paseo nocturno. Todo estaba... quieto, pero no de la forma calma que uno espera.

  Elizabeth observaba a la chica, que, a pesar de su extra?o comportamiento, parecía completamente normal. Sin embargo, ese peque?o detalle de la ausencia de pasos seguidos dando vueltas en su mente, sin poder encontrar una explicación lógica.

  En la esquina, vio que cruzaban una calle. Frente a ellas, tres hombres estaban en medio de la acera, tambaleándose. La figura más cercana a ellas, un hombre alto, tropezó y de forma accidental chocó con la chica.

  El choque fue extra?o, algo que no podía haber previsto. El aire pareció comprimirse un segundo, el sonido de la colisión fue sordo, como si algo se hubiera distorsionado. La chica no reaccionó de inmediato. Elizabeth observó cómo el borracho retrocedió, mirándola con los ojos entrecerrados, sin hacer más que un ruido de incomodidad. Lo raro fue que, en ese breve instante, no sintió como si el aire hubiera vuelto a la normalidad después del impacto, como si la percepción de lo que acababa de suceder se hubiese fragmentado y, al instante siguiente, todo volviera a encajar.

  La chica permaneció quieta, observando hacia el frente, sin un movimiento extra. Y, sin embargo, algo no encajaba. Elizabeth trató de decir algo, pero el extra?o sentimiento que había experimentado quedó atrapado en su pecho, junto con la sensación incómoda de que algo fuera de lugar había ocurrido.

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  Siguieron caminando. Las calles estaban completamente vacías. A las 10:33, se detuvieron frente a un callejón estrecho. Las paredes altas a ambos lados lo encerraban como una herida abierta. No había luz adentro. Solo una luz de un poste a mitad del callejón que se veía a lo lejos.

  —Vivo al fondo —dijo la chica por primera vez, con una voz tan suave que parecía susurrada por alguien dentro de un sue?o.

  Elizabeth no respondió. Tenía la piel de gallina, y algo en su estómago se contrajo como una flor cerrándose.

  —?Siempre te da miedo entrar sola? —preguntó, intentando sonreír.

  La chica asintió. Dio un paso dentro del callejón. Luego otro. Y la miró por encima del hombro.

  —Por favor... acompá?ame. Solo hasta la mitad.

  El miedo se revolvió dentro de Elizabeth, pero no supo cómo negarse. Apenas cruzaron el umbral del callejón, algo extra?o pasó. Mientras daba el primer paso para entrar, Elizabeth juró ver su propia sombra temblar sobre el suelo, como si dudara de qué forma tener. Parpadeó, sacudiéndose la idea, y al mirar de nuevo, todo parecía normal. Solo oscuridad. Solo ellas dos.

  El aire estaba espeso, como si la noche misma pesara sobre sus hombros. Cada paso sonaba amortiguado.

  No había ruidos. Ni grillos. Ni pasos. Ni viento.

  Solo sus respiraciones.

  O eso creyó.

  A veces, entre su propio aliento, le parecía escuchar otra respiración, baja, irregular, como si alguien más caminara detrás de ellas. No se atrevió a mirar atrás.

  Mientras caminaban, Elizabeth notaba cómo la luz del poste más cercano, a mitad del callejon, comenzaba a titilar. Cada parpadeo la hacía sentir más inquieta, como si la luz estuviera a punto de apagarse por completo. A medida que se acercaban, algo en el aire le hacía sentir que la oscuridad se arrastraba tras ellas.

  Elizabeth intentó ignorarlo, pero el parpadeo constante de la luz la ponía más nerviosa. Algo en el ambiente parecía volverse extra?o. Las sombras de los edificios se alargaban, como si quisieran tragarlas.

  Aceleró el paso, sintiendo la urgencia de estar cerca de la chica, aunque no le dijera nada. La sensación de estar en la parte de atrás la incomodaba cada vez más, como si algo la estuviera acechando.

  El poste parpadeó una vez más y, al apagarse por completo, Elizabeth dio un paso apresurado para ponerse a la par de la chica. La luz volvió a encenderse, pero la oscuridad ya le había dejado una sensación incómoda en el estómago.

  A medida que caminaban, Elizabeth notaba cómo la luz del poste cercano comenzaba a parpadear cada vez más frenética. Estaban a punto de llegar justo debajo de la luz cuando algo extra?o comenzó a suceder. Un rasgu?o bajo y desagradable, como si unas u?as raspaban el piso, le hizo detenerse justo debajo del poste. Luego, el crujir de huesos, cerca de ella, llenó el aire, un sonido tan nítido que casi pudo sentirlo.

  La luz parpadeó una última vez, y de repente, se apagó.

  Elizabeth, paralizada, extendiendo la mano buscando tocar a la chica.

  Volteó rápidamente.

  Y ahí estaba ella.

  Pero no como antes.

  Estaba detrás de ella. Enormemente alta. Para poder mirar hacia abajo, su cuerpo se había encorvado, formando un arco antinatural. Sus brazos largos colgaban, y su cabello caía como lianas negras alrededor de su rostro.

  Y sus ojos... sus ojos la miraban desde una altura imposible, abiertos, fijos. Como si no parpadeara nunca. Como si estuviera viendo a través de ella.

  La boca de la criatura se mueve. Pero el sonido que salió no fue un susurro.

  Y entonces, se agachó más.

  Como si fuera a envolverla.

  Como si el callejón fuera de su casa, y Elizabeth acabaría de entrar.

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