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Capítulo 71: El Fin de Todo, el Inicio de Algo Nuevo

  En el corazón del palacio de Claiflor, donde los tapices de oro y cristal aún narraban epopeyas de un pasado más luminoso, el silencio se rompió con un sobresalto.

  Keshia se sujetó el pecho con ambas manos, como si su corazón hubiese estallado dentro de su cuerpo. Cayó de rodillas en medio de su habitación, jadeando. El dolor era distinto a cualquier otro. No físico. No mágico. Era como si una grieta invisible se hubiese abierto en su alma, como si un hilo que la mantenía unida a alguien... hubiera sido arrancado con violencia.

  —Biel… —susurró, su voz quebrada, temblando como una hoja al viento.

  No esperó más. Sin importarle que aún estuviera en ropa de descanso, atravesó los pasillos del palacio como un relámpago dorado, dejando chispas eléctricas tras de sí. Criados y guardias apenas lograron apartarse antes de que un trueno humano los superara.

  El gran salón estaba desierto, pero ella sabía dónde encontrarlo.

  Subió la escalera en espiral que conducía al mirador real. Cada pelda?o parecía más largo que el anterior. Cuando llegó a la cima, jadeando, la puerta estaba entreabierta. Una brisa fría la recibió… y junto a ella, el rostro de su padre.

  El rey Hans, monarca de Claiflor, estaba de pie en el balcón, los hombros caídos, la corona apenas sostenida sobre su cabeza inclinada. Sus ojos, normalmente tan llenos de firmeza, estaban inundados de lágrimas que no caían, sino que ardían.

  Keshia se acercó lentamente, aún con una mano sobre su pecho.

  —Padre… —dijo, con la voz apenas más fuerte que un suspiro— Sentí algo… algo que me atravesó el alma. Un dolor que no es natural. Un... grito silencioso. Algo está pasando con mi querido Biel.

  Hans giró su rostro hacia ella, y en ese instante, Keshia supo que lo que temía... era real.

  —Hija… —dijo con una voz envejecida por la pena— El fin ha llegado. Todo por lo que luchó mi yerno… se extinguirá. Y no quedará huella alguna de lo sucedido.

  —?Qué…? —Keshia frunció el ce?o, dando un paso al frente— ?Qué estás diciendo, papá? ?Qué quieres decir con que se extinguirá? ?No digas eso!

  Hans extendió la mano, temblorosa, se?alando al horizonte.

  —Mira, hija… allá, donde la tierra se curva y el cielo se ti?e de muerte.

  Keshia entrecerró los ojos. A lo lejos, más allá de los valles y monta?as, más allá de donde los mapas conocían, una columna de energía oscura ascendía como una lanza clavada en los cielos. Era una aura que se retorcía, como una criatura viva hecha de odio, tristeza y caos. Sombras moradas pulsaban en su núcleo, emitiendo un zumbido que parecía susurrar a través del viento, una letanía de muerte.

  —Esa aura… no puede ser… —Keshia retrocedió un paso, como si la oscuridad misma le hubiera ara?ado la piel— ?Qué clase de magia es esa?

  —No es magia… —dijo Hans, su voz quebrada como cristal al caer— Es desesperación… Es el corazón de Biel gritando porque… lo perdió todo. Todos sus amigos… han muerto.

  —??Qué?! —Keshia sintió como si un rayo la hubiese atravesado— ?Eso no puede ser! ?Eso es mentira!

  Los nombres brotaron de sus labios, como un rezo desesperado.

  —Sarah… es una vampira inmortal… Raizel, un ángel celestial… Ryder, un espíritu elfo… Acalia y Yumi, bendecidas por dioses… Ylfur, un demonio de alto rango… Xantle y Easton, magos prodigiosos… Gaudel, el del ojo mágico… Charlotte, su hermana… ?No pueden haber muerto todos! ?Es imposible!

  —Pero ha ocurrido… —Hans cerró los ojos— El mundo que Biel conocía se ha derrumbado. Y de esas ruinas, surgió un nuevo poder dentro de él… Un poder de destrucción pura.

  —?No…! —Keshia cayó de rodillas— ?No puede ser! ?él… él no es un monstruo! ?Es humano! ?Tiene un corazón noble!

  —Ya no sé si eso será suficiente para sostenerlo… —murmuró Hans— Si se pierde en ese dolor… no quedará nadie que pueda salvarnos.

  Keshia se levantó con furia, su cabello chispeando electricidad, sus ojos brillando como tormentas.

  —?Entonces iré con él! ?No dejaré que se consuma! ?No permitiré que olvide quién es… y se convierta en un monstruo!

  Hans la sujetó de los hombros con fuerza.

  —?Hija, no! Si vas, morirás. Esa aura… está consumiendo la vida a su paso. No quiero perderte también. ?No así!

  —?Y quieres que me quede aquí… esperando a morir sin hacer nada? —gritó Keshia, lágrimas de rabia y amor brotando— ?Si vamos a morir, que sea a su lado! ?Prefiero morir tratando de salvarlo que vivir sabiendo que lo abandoné!

  En ese momento, la puerta se abrió suavemente.

  La reina Amelia, vestida con su bata nocturna y los ojos aún húmedos, entró con paso firme. Se colocó junto a Hans y miró a su hija con una ternura devastadora.

  —Ve, hija mía —dijo con voz serena— No te preocupes por nosotros. Si hay una chispa de salvación, esa eres tú.

  —?Amelia! —exclamó Hans, mirándola con dolor— ?No podemos enviar a nuestra hija a una muerte segura!

  —Hans… —la reina tomó su mano, con firmeza— Biel es la esperanza de este mundo. Si él se pierde… estamos condenados. Tal vez… tal vez nuestra hija pueda devolverle la luz. Aunque solo sea una chispa.

  Keshia lloró en silencio. Se lanzó a los brazos de su madre, aferrándose con la desesperación de quien sabe que quizás no volverá a sentir ese calor.

  —Te amo, mamá… —susurró.

  Amelia la besó en la frente.

  —Y yo a ti, mi valiente rayo de esperanza.

  Keshia se volvió a su padre. Hans intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Ella lo abrazó con fuerza.

  —Papá… sé que duele. Pero si muero… al menos sabrás que luché. Que no me rendí. Que hice algo.

  Hans no pudo más. La abrazó como si pudiera retenerla con la fuerza del amor solo.

  —Te amo… te amo tanto…

  Keshia se separó lentamente, y con un gesto, activó su magia.

  El cielo estalló en luz. Su cuerpo se envolvió en rayos dorados, sus ojos chispearon como soles y sus pies apenas tocaron el suelo. Era una cometa de furia, de ternura, de resolución.

  —Espérenme… —dijo con voz firme— Si muero, será con orgullo. Pero no sin pelear.

  Y con un estallido que sacudió las columnas del palacio, Keshia se lanzó hacia el horizonte, envuelta en una estela de electricidad que rasgaba el cielo como un relámpago vengador.

  El viento a su paso susurraba un nombre. No era el suyo.

  Era el de Biel.

  Porque el amor… a veces es la chispa que puede encender incluso el corazón más destruido.

  Keshia volaba.

  Era un relámpago dorado rasgando los cielos de un mundo quebrado. La electricidad chispeaba a su alrededor como si el mismísimo firmamento quisiera aferrarse a ella, como si el destino, consciente de lo que se avecinaba, tratara de detenerla a través de tormentas invisibles. Pero su voluntad era firme, su corazón un tambor ensordecedor que solo gritaba un nombre:

  Biel.

  Quería llegar. Tenía que llegar. Cada fibra de su ser lo suplicaba. El aire mismo parecía deshacerse ante su velocidad, como si el mundo cediera el paso a una heroína desesperada por salvar lo único que aún importaba.

  Entonces, una voz suave, familiar, estalló en su mente como una campanada de recuerdos.

  —Amiga… —susurró la voz con ternura— Soy Noor.

  Keshia se detuvo en seco. Sus botas etéreas chispearon contra la nada mientras su cuerpo flotaba suspendido sobre un valle.

  —?Noor! ?Qué pasa? —exclamó, mirando alrededor como si pudiera verla.

  —?Cómo que qué pasa? —la voz sonaba dolida, pero decidida— ?No ves que vas directo a una muerte segura?

  Keshia bajó la vista, su rostro empa?ado por el viento y el miedo.

  —Lo sé… —susurró— Pero por lo menos quiero intentarlo. No puedo quedarme sin hacer nada… no si él me necesita.

  Hubo un momento de silencio. Y luego, Noor suspiró.

  —No te detendré. No podría… porque yo haría lo mismo. Solo quiero decirte que debes salvarlo. Todo este mundo depende de ello… —su voz titubeó un poco— Y además… todavía no le he agradecido a Biel por salvar Marciler de mi tirana hermana.

  Keshia cerró los ojos. Lágrimas se colaban por las comisuras. El viento envolvía su figura como un velo sagrado.

  —Lo entiendo todo… —dijo con fuerza renovada— Sí, eso haré. Haré lo posible por salvarlo… y también por salvar este mundo.

  —Me alegro. —respondió Noor— Por último… acabo de enviar a uno de sus hombres que se encontraba aquí, en Marciler.

  Keshia entrecerró los ojos.

  —?Un hombre? ?Acaso te refieres a…?

  —Sí. Kircle. —la voz de Noor sonó cálida— Estaba aquí. Y ahora se dirige hacia ti, amiga. Bueno… me despido. Tal vez esta sea la última vez que hablemos… así que… adiós, mi querida Keshia.

  Keshia llevó una mano a su pecho.

  —Igualmente, Noor… Tal vez… nos volvamos a encontrar… después.

  Una ráfaga cortó el aire. Kircle apareció entre relámpagos como una lanza viviente, su capa ondeando como llamas negras.

  —?Princesa Keshia! —gritó, posándose a su lado— ?Vamos de inmediato hacia donde se encuentra Biel!

  —?Sí! —dijo ella con resolución.

  Y ambos desaparecieron, como dos estrellas fugaces fundiéndose con el destino.

  Mientras tanto, en Marciler, Noor cayó de rodillas en su balcón, sus ojos clavados en el cielo.

  —Por favor… amiga… —susurró con un nudo en la garganta— Salva a Biel… él ha sufrido tanto… no merece más sufrimiento.

  La tierra temblaba.

  No era un simple terremoto. Era como si el alma del mundo estuviera siendo estrangulada por una fuerza cósmica que lo ahogaba desde su núcleo. El cielo se ennegrecía con cada latido de la energía desbordada. El aire se volvió pesado, venenoso. El horizonte era un lienzo arruinado por pinceladas de caos.

  Kircle y Keshia aparecieron en lo alto de una colina. Lo que vieron… los dejó sin aliento.

  Un campo carbonizado. El suelo resquebrajado como un espejo roto. Y en el centro… él.

  Biel.

  Rodeado por una esfera de energía negra como la noche del fin del mundo, salpicada de vetas moradas que pulsaban con vida propia. Su cuerpo brillaba, pero no con luz… sino con la sombra misma. Una oscuridad tan densa que parecía devorar la realidad a su alrededor.

  Keshia se tapó la boca. Gritó… pero no salió sonido.

  Allí, desparramados, los cuerpos de sus amigos. Sarah. Raizel. Acalia. Charlotte. Todos. Silenciosos. Sin movimiento. Como mu?ecos abandonados por los dioses.

  Y entonces… el grito.

  —??AAAAAAAAGHHHHHHH!!

  Biel se dobló sobre sí mismo. El sonido de su dolor no era humano. Era un lamento que rasgaba el aire, que hacía sangrar el cielo, que hizo que los pájaros cayeran muertos en el horizonte.

  La tierra se fracturó bajo sus pies. Rocas levitaban solo para explotar. El poder desbordado escapaba como llamas oscuras desde su espalda.

  —?Dioses…! —susurró Khios, retrocediendo aterrado— ?Lo hicieron otra vez! ?Malditos dioses! ?Sacrificaron sus vidas… para crear otro dios de la destrucción!

  La desesperación en sus ojos no era de villano… era de alguien que presenciaba la repetición de una pesadilla ancestral.

  Kircle apretó los dientes.

  —Mi princesa… me retiro. No puedo hacer nada en este lugar.

  Keshia asintió con tristeza.

  —Adelante… y gracias por todo.

  Kircle desapareció.

  Keshia avanzó.

  Cada paso que daba era como caminar dentro de un horno cósmico. La energía de Biel desgarraba el suelo, quebraba el cielo. Ráfagas de magia caótica volaban como látigos de muerte.

  Un rayo descendió del cielo y golpeó a Khios, enviándolo a volar como una hoja quemada por el viento. Biel lo miró. Sus ojos estaban vacíos… y al mismo tiempo, rebosantes de dolor.

  Entonces, la vio.

  —?No… no te acerques! —gritó Biel, retrocediendo— ?Esta energía… es peligrosa! ?Te va a matar!

  Keshia no se detuvo.

  Cada paso que daba, su piel se deshacía lentamente. Su cuerpo chispeaba. Pedazos de ella comenzaban a volverse ceniza. Pero seguía caminando.

  —??VETE!! —clamó Biel— ??VETE ANTES DE QUE SEA TARDE!!

  —No, Biel… —susurró ella— No esta vez.

  El aura la envolvió como una tormenta de cuchillas. Cada célula de su cuerpo gritaba por detenerse. Pero su corazón… seguía adelante.

  Cuando llegó a él, su brazo ya era humo. Parte de su rostro comenzaba a desvanecerse. Y aun así… sonrió.

  —?Por qué…? —lloró Biel— ?Por qué te acercaste…? ?Tú también vas a morir como todos…!

  —Porque te amo. Porque no quiero que sufras más.

  Sus ojos se encontraron. Eran dos almas heridas, partidas por la vida, ardiendo por última vez.

  —Yo solo quería vivir tranquilo… —murmuró Biel— Encontrar a mi amigo Bastian… y tener una vida normal… ?pero solo conocí dolor, sufrimiento, caos! ?Yo no quería vivir todo esto!

  —Lo sé… —susurró Keshia, acercándose más.

  Y antes de que su cuerpo se desvaneciera, lo besó.

  Fue un beso que sabía a despedida. A cielo y ceniza. A todo lo que pudieron ser.

  —Si nos volvemos a encontrar en otra vida… —susurró contra sus labios— Me volveré a enamorar de ti… mi querido Biel…

  Y entonces… desapareció.

  Keshia murió.

  Y el universo se quebró.

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  El grito de Biel fue un huracán de dimensiones. Un trueno que rompió la existencia.

  —???KEEEEEESHIIIIIIAAAAA!!!

  Su magia se desbordó. Y con ella… lo hizo todo.

  La tierra colapsó. Los mares se evaporaron. Los cielos explotaron. El sol se volvió polvo. Los planetas estallaron como burbujas. El sistema solar se convirtió en un eco de cenizas. Las constelaciones se apagaron una por una.

  Y más allá…

  El universo se derrumbó.

  Las leyes del tiempo y el espacio gritaron. Mundos enteros fueron arrancados del ser. Las dimensiones paralelas colapsaron. El multiverso fue tragado como un suspiro. Y el megaverso, esa vasta extensión de posibilidades… cayó.

  Todo. Todo fue consumido.

  Y en el centro de ese final…

  Un joven que solo quería ser feliz.

  Llorando, de rodillas, rodeado por el silencio absoluto de la nada.

  El plano espiritual, otrora rebosante de brumas sagradas y cantos etéreos, se encontraba al borde del olvido. El cielo de ese reino, antes danzante con luces aurorales, se tornó gris ceniza. Las esferas espirituales que flotaban como luciérnagas entre las monta?as ancestrales comenzaron a apagarse una a una… como si el mismísimo viento hubiese dejado de creer en el ma?ana.

  En lo alto del Palacio de los Vientos, sobre una terraza de mármol translúcido, Yael —la Reina de los Espíritus— permanecía de pie, inmóvil, observando cómo todo se desmoronaba. Su vestido hecho de neblina viva se deshilachaba con cada segundo. Sus ojos, dos estrellas encerradas en tristeza, se empa?aban con lágrimas que brillaban como diamantes rotos.

  Frente a ella, las razas espirituales se desvanecían, arrastradas por una explosión que no venía del plano físico, sino del corazón mismo del universo. Espíritus ancestrales, dríades, wispas, elementales... todos lloraban sin voz mientras desaparecían como cenizas en el crepúsculo eterno.

  —No… —susurró Yael, y su voz tembló como un canto que suplica auxilio— ?No puedo hacer nada…!

  A su lado, Rizeler, su más leal protector, cayó de rodillas. Su cuerpo angelical ya estaba quebrado, su forma se disipaba como humo que se niega a extinguirse.

  —Mi se?ora… —dijo con una sonrisa triste— Gracias… por todo. Por fin… podré reunirme con mi hermana Raizel.

  —?Rizeler, no…! —exclamó Yael, extendiendo su mano hacia él.

  —Adiós, mi se?ora…

  Y en un susurro… Rizeler desapareció. No dejó luz, ni forma. Solo el vacío donde había estado.

  El palacio crujió. Las torres se derrumbaron como castillos de arena ante una marea inevitable. El mundo de los espíritus, esa joya suspendida entre dimensiones, fue tragado por la Nada.

  Solo quedó una silueta flotando en el aire: Yael. Inmóvil. Dolida. A punto de quebrarse.

  —Todo esto… volvió a pasar —murmuró— por culpa de aquellos que, hace eones, intentaron destruir este plano. Los reyes demonios… fueron lo peor.

  Sus pu?os se cerraron. Pero en sus ojos, se filtró un matiz distinto.

  —Pero ellos… ellos no eran iguales. Monsfil… y Biel…

  En ese instante, un portal se abrió detrás de ella, como una grieta en el tejido del tiempo. La bruma del reloj del cosmos se derramó, y de él emergió una figura vestida con una túnica hecha de segundos y galaxias.

  Era Chronasis, el Dios del Tiempo.

  Yael no se volvió. Reconocía esa energía sin necesidad de mirar.

  —Han pasado milenios… desde la última vez que nos vimos.

  —Es verdad —respondió Chronasis con su voz grave, compuesta de mil ecos—. Milenios desde la última vez que fuiste al Umbral de los Dioses.

  —?Y qué te trae a este lugar… muerto?

  —Necesito tu ayuda, Reina de los Espíritus. Necesito que guíes las almas de estas personas… dos mil a?os en el futuro.

  Abrió su palma, y una cascada de imágenes brotó. Uno a uno, los rostros de los amigos de Biel: Sarah, Raizel, Charlotte, Acalia, Ryder… aparecieron suspendidos como recuerdos arrancados de la eternidad.

  Yael giró lentamente, su cabello flotando como velos de neblina.

  —?Dos mil a?os? ?Para qué enviar esas almas al futuro?

  —Este fue el plan que ideó Aetherion, el Dios de la Creación —dijo Chronasis—. Antes de desaparecer, escribió en los Libros Sagrados que este evento… debía ocurrir. Que solo en ese entonces… nacería un nuevo futuro.

  —Así que ese anciano decrépito lo planeó todo desde el inicio… —dijo Yael, apretando los dientes— Después de hacer sufrir tanto a mi querido Biel… ?ahora esto?

  —No lo sé todo —dijo Chronasis—. Solo sé lo que dejó escrito. Al parecer… Biel sacrificará su vitalidad para reconstruir el universo. Pero sus amigos no regresarán con el resto. Por eso Aetherion quiere que sus almas… reencarnen dos mil a?os en el futuro. Para reencontrarse.

  Yael desvió la mirada. Su expresión se endureció.

  —Lo entiendo… pero aun así, me duele. ?Por qué… por qué lo hizo sufrir tanto?

  Chronasis bajó la cabeza.

  —No tengo respuestas para eso. Solo el creador las tenía… y ha desaparecido.

  Hubo silencio.

  Luego, Yael habló con determinación.

  —Está bien. Acepto. Guiaré las almas. Aunque mi mundo haya desaparecido… si hay una esperanza, entonces la seguiré. Pero no porque Aetherion lo diga. Lo haré… por Biel.

  —No te preocupes por tu reino —dijo Chronasis—. Si Biel reconstruye el universo, todo volverá… excepto ellos, que serán enviados al futuro.

  Yael lo miró de reojo, ofendida.

  —?Acaso crees que no tengo memoria?

  Chronasis sonrió levemente.

  Ambos entraron al portal del tiempo. La luz los tragó como una plegaria sellada en la eternidad.

  El Vacío.

  Todo era negro. No como la noche… sino como el olvido. El espacio que existe antes de nacer, después de morir. Donde ni el tiempo se atreve a caminar.

  Allí flotaba Biel.

  Su cuerpo parecía una estatua. Alas elegantes de destrucción se extendían desde su espalda. Pero sus ojos… estaban muertos. Solo un residuo de lágrima aún resistía en su mejilla.

  Khios… había desaparecido. Como si jamás hubiese existido.

  Entonces, la luz tembló.

  Chronasis y Yael emergieron del éter.

  Biel los vio… y por primera vez, su rostro se movió.

  —?Qué… hace aquí… Reina de los Espíritus Yael?

  La diosa sonrió levemente.

  —Dejemos las formalidades para después. Puedes llamarme Enit.

  —?Enit?

  —Sí. Hace tiempo estuviste en el plano espiritual, ?recuerdas? En ese entonces no te dije que también era una diosa. Para ser exacta… soy la Diosa y Reina de los Espíritus. Enit.

  Biel abrió los ojos, sorprendido.

  —Entonces… tú también eres una diosa…

  —Así es.

  —Y yo… soy… ?un dios?

  —Sí. —intervino Chronasis— Un Dios de la Destrucción. Pero ahora… hemos venido a pedirte algo.

  —?Pedirme? —preguntó Biel, agotado— ?Qué más quiere el creador de mí?

  —Que cumplas con su palabra —dijo Chronasis—. Que uses tu vitalidad… para reconstruir el universo.

  Biel cerró los ojos. Y suspiró.

  —Ya lo sé.

  Chronasis se sobresaltó.

  —?Qué…? ?Cómo sabes del plan de Aetherion?

  Biel sonrió con tristeza.

  —Hace unos minutos… estaba aquí. Pero en mi mente… estaba sentado. Triste. Con la cabeza gacha.

  La escena se reprodujo fugazmente.

  Biel, en la penumbra. A su lado, Monsfil.

  —Destruí todo… no quedó nada —dijo Biel— Me convertí en un asesino. Ya no soy humano. Soy un monstruo…

  —No, joven portador del poder del Rey Demonio Monsfil —respondió el espectro de su maestro—. Eres humano. Y eso no cambiará.

  —?Hay una forma de… revertirlo?

  —Sí. Sacrificando tu vitalidad. Tu alma… tu todo. Pero salvarás a todos. Excepto a tus amigos.

  —Si es posible… no me importa morir.

  La visión se desvaneció.

  Biel abrió los ojos.

  —Eso fue lo que me dijo el Rey Demonio de la Destrucción Eterna… Monsfil. Esa es la manera, ?no?

  Chronasis asintió, lentamente.

  —Sí… pero hay algo más.

  —?Algo más?

  —Tu alma… y las de tus amigos… serán enviadas dos mil a?os al futuro. Para reencarnar.

  —?Reencarnar… dos mil a?os después? ?Por qué tanto?

  —No lo sé. Nadie lo sabe. Solo Aetherion… y ha desaparecido.

  Biel bajó la mirada. Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios. Por primera vez en toda la eternidad… no era de dolor.

  —Dos mil a?os… ?eh? Supongo que… vale la pena esperar… si eso significa… volver a verlos.

  En el vacío resplandeciente donde el tiempo se había detenido y el universo nacía de nuevo, Biel abrió los ojos. Las lágrimas que antes eran de desesperación, ahora eran de resolución. La oscuridad que lo envolvía comenzó a disiparse lentamente, como una tormenta que cede ante la luz del amanecer.

  Alzó la mirada, y su voz resonó como un eco divino en el abismo renaciente:

  —Ven a mí, espada de la llama eterna… Aine, Fragmento de lo Infinito.

  Desde los confines del todo y la nada, un destello carmesí cortó el aire como una estrella fugaz que sangraba luz. La espada cruzó el espacio con furia y amor, latiendo como un corazón encendido, y llegó a las manos de Biel en un gesto sagrado, como si supiera que aquel sería su último reencuentro por milenios.

  Biel la sostuvo con firmeza y habló con ternura:

  —Aine, vuelve a tu forma humana.

  La espada comenzó a brillar, su hoja se descompuso en partículas danzantes, y ante él emergió una joven de cabellos ardientes y ojos brillantes como brasas. Su cuerpo era el reflejo de la llama eterna: delicado y feroz.

  —?Qué sucede, querido Biel? —preguntó Aine, su voz quebrada por el presentimiento— ?Por qué me has pedido volver a mi forma humana?

  Biel respiró profundamente. El peso de sus palabras parecía doblar el mismo espacio que lo rodeaba.

  —Aine… voy a sacrificar mi vitalidad para reconstruir todo.

  —?Qué…? —los ojos de Aine se llenaron de lágrimas— ?Por qué harías eso? ?Por qué tu vitalidad?

  —Espera que termine de hablar —dijo con calma—. Sí, sacrificaré mi vitalidad y reencarnaré dentro de dos mil a?os. Por eso, quiero que me esperes. Quiero que te quedes… aquí… en el centro de la ciudad que mis excompa?eros de clase construyeron. Allí, donde todos depositaron su esperanza. Espérame allí, Aine. Cuando regrese… volveré a tomarte. Volveremos a luchar juntos. Como siempre.

  Aine cayó de rodillas, temblando. Lágrimas incandescentes surcaron sus mejillas.

  —Lo entiendo… —susurró entre sollozos— Acepto… esperaré todo ese tiempo… pero por favor… no me olvides.

  Biel se arrodilló frente a ella, tomó sus manos ardientes y sonrió con dulzura.

  —?Cómo podría olvidarte…? Has sido mi llama en las tinieblas. Mi compa?era de batallas, mi espada… mi amiga fiel. Siempre has estado conmigo. Y volverás a estarlo.

  Aine lo abrazó con fuerza, como si pudiera retenerlo con ese último gesto.

  —Entonces… ve. Cumple tu destino. Te esperaré por siempre…

  Biel se levantó, con la luz rodeando su cuerpo como un sol naciente.

  —Bien… ahora sigamos con el plan de Aetherion.

  Se giró hacia Chronasis y Yael.

  —Dios del Tiempo, Chronasis. Enit… nos volveremos a ver en dos mil a?os.

  Chronasis asintió solemnemente.

  —Así será. Pero antes… debo decirte algo.

  —?Qué es?

  —Es sobre Khios. Eventualmente… te volverás a enfrentar a él. Y a otras entidades superiores. Pero esta vez… esta vez estarás preparado. Esta vez… podrás superarlo.

  Biel bajó la mirada por un momento, y luego levantó la cabeza con una mirada feroz.

  —Ya veo… entonces esta vez será diferente. Esta vez… cambiaré todo.

  Extendió sus alas. La energía negra comenzó a arder con luz blanca y dorada. Su cuerpo se convirtió en un pilar celestial. Y entonces, gritó:

  —?QUE TODO VUELVA A SER!

  Su poder se expandió como un mar de estrellas. La energía oscura fue purificada, y de su núcleo surgió una ola de creación. Las galaxias rotaron en sentido inverso. Las nebulosas se reconstruyeron como murales cósmicos. El sistema solar emergió de nuevo, flor por flor, roca por roca, hasta que finalmente…

  La Tierra volvió.

  En el mundo de los humanos, las personas abrieron los ojos en estado de shock. La explosión que los había consumido… ya no existía. El cielo estaba despejado. El aire, puro. La vida… restaurada.

  En la ciudad construida por los excompa?eros de Biel, todos se miraban confundidos, respirando con dificultad. Rubí fue la primera en hablar:

  —?Qué… pasó? ?Por qué volvimos a la vida?

  —?Será… por el regalo de Aetherion que recibimos al llegar a este mundo? —dijo Grace, llevándose la mano al pecho.

  Liam negó con la cabeza.

  —No… esto no fue una bendición automática. El mundo entero fue destruido… y alguien lo reconstruyó.

  Charlotte miró al cielo, pensativa.

  —?Pero quién…?

  Una explosión de luz interrumpió su pregunta. En el centro de la ciudad, una espada llameante se incrustó como un meteorito divino.

  Todos corrieron al lugar. Y allí la vieron.

  La espada de Biel.

  Alexander retrocedió, impresionado.

  —Esa… ?es su espada!

  Zoe exclamó:

  —?Sí! ?Es la espada de Biel! Pero… ?por qué está aquí?

  Entonces, una voz celestial resonó en toda la ciudad. Era la despedida de Biel, transmitida desde los confines de la existencia:

  —Amigos… paso a despedirme. He agotado mi vitalidad para reconstruir el mundo que yo mismo destruí. Sucumbí a la desesperación… y borré todo. Pero hoy… sacrifiqué mi vida para salvarlos. Gracias… y perdón. Ustedes vinieron a este mundo por mí… pero yo… ya no pertenezco a este mundo. Ojalá… en unos dos mil a?os… nos volvamos a encontrar. Y podamos seguir con todos los planes que teníamos. El Festival del Héroe… la presentación de la ciudad al mundo… Me disculpo. Ha llegado la hora de irme. Adiós, amigos.

  Uno por uno, las lágrimas comenzaron a brotar.

  —Biel… gracias… —susurró Ethan Carter, con la voz rota.

  —Nunca olvidaré lo que hiciste por nosotros… —dijo Grace Collins, abrazando a Rose Carter.

  —Nos devolviste la vida… aún cuando tú mismo la perdiste… —dijo Henry Taylor, apretando los pu?os.

  —Fuiste… el más humano de todos nosotros… —dijo Mía Morgan, llorando abiertamente.

  —Lo siento por juzgarte antes… —murmuró Lucas Gray, de rodillas.

  —Nos veremos otra vez… te lo prometo… —dijo Noah Mitchell.

  —El héroe más valiente que conocimos… —susurró Sophia Harper.

  Rubí Bennett cayó al suelo llorando:

  —?Biel! ?No me dejes! ?Eres mi amigo, idiota…!

  Ava White, Charlotte Anderson, Rose Carter, Hannah Sullivan… todos lloraban. Incluso los más fríos como Alexander Reed y Mason Scott no pudieron contener el temblor en sus labios. Stella Parker, Oliver Walker, Chloe Brooks, Olivia Ramírez… Todos. Una ciudad entera lloró… por un héroe que eligió morir para que todos vivieran.

  Biel, ahora desvaneciéndose en el flujo eterno del renacimiento, volvió su rostro hacia Chronasis y Yael.

  —Adiós… nos volveremos a ver.

  —Así será —dijo Chronasis, desapareciendo en un vórtice de tiempo.

  —Te esperaré, Biel —dijo Enit, regresando al plano espiritual— Siempre.

  Por último, apareció Monsfil en forma espiritual, con una sonrisa de orgullo.

  —Bueno, maestro… —dijo Biel— Ha llegado la hora de descansar. Sellaré su alma… y en dos mil a?os, nos volveremos a encontrar. Seguiremos luchando… ?sí?

  Monsfil lo miró con solemnidad.

  —Mi sucesor… estaré esperando con ansias tu regreso. Nos volveremos a ver. De eso estoy seguro.

  Biel cerró los ojos. Su cuerpo comenzó a disolverse en partículas doradas, mientras una estrella nacía en el cielo.

  —Adiós… a todos.

  Y en ese adiós… comenzó el futuro.

  El nuevo amanecer del mundo reconstruido llegó con un suspiro. Las constelaciones que habían sido barridas del cielo por la furia de un alma rota volvían a su sitio como piezas de un rompecabezas divino. Las estrellas titilaban con un brillo nuevo, como si recordaran el sacrificio de aquel que eligió morir para que todo volviera a vivir.

  Pero no todo había vuelto.

  Y en los corazones de quienes sí regresaron, lo sabían.

  En el reino de Claiflor, las campanas repicaban no por celebración, sino por duelo.

  En el trono, el rey Hans permanecía de pie, inmóvil. No llevaba corona. No podía. No después de perder lo que más amaba. Sus dedos temblaban sobre la baranda del balcón principal del castillo, donde la brisa ondeaba una bandera negra con el emblema dorado de su hija.

  —Keshia… —susurró, la voz apagada como cenizas flotando— Mi hija… tú, que eras mi orgullo… mi tormenta brillante…

  Junto a él, la reina Amelia se sostenía apenas, sus ojos rojos por el llanto. Entre sus manos, un broche de rayo que Keshia había dejado junto a su cama antes de partir. Ese recuerdo… era todo lo que les quedaba.

  —Ella sabía lo que hacía —dijo Amelia con voz trémula— Se despidió… de ambos. No como una ni?a, sino como una mujer. Una heroína.

  Hans cerró los ojos y apretó los dientes. Lágrimas resbalaron por su rostro.

  —Sí… nos dijo adiós… nos abrazó con ternura. Y aun así… la perdimos.

  —No la perdimos —susurró Amelia, tocando su pecho— Está aquí. Y estará… por siempre.

  En las plazas, los ciudadanos se arrodillaban en silencio frente a una estatua improvisada de la princesa. Una figura de piedra que la mostraba con su capa ondeando, la mano extendida hacia el cielo… como si todavía corriera hacia Biel.

  En Marciler, el aire tenía un tono gris perla, como si el dolor se hubiera instalado en las nubes mismas.

  En lo más profundo del Templo del Aliento Lunar, Noor permanecía arrodillada frente al espejo de aguas sagradas. La imagen de su amiga Keshia, sonriendo antes de partir, aún flotaba en el reflejo. No fue una despedida rápida. Había palabras… abrazos… lágrimas compartidas.

  —Me dijiste que volverías… que si el mundo renacía, lo harías conmigo —susurró Noor— Pero sabías que no habría vuelta atrás.

  Su voz tembló como un río a punto de desbordarse.

  —?Y aun así te fuiste…! ?Aun así me dejaste…!

  Noor rompió a llorar. El sonido reverberó por todo el templo, haciendo vibrar los cristales flotantes.

  —?Maldita sea, Keshia! ?Por qué siempre tuviste que ser tan noble… tan valiente… tan tú?

  Las sacerdotisas detrás de ella también lloraban. No solo por la princesa, sino por lo que ella representaba: una luz que había brillado hasta el final.

  La flor blanca que Keshia le había regalado flotaba sobre el agua. Noor la acarició con delicadeza, dejando caer una lágrima justo en su centro.

  —Espérame, amiga… un día nos volveremos a encontrar.

  En la restaurada ciudad de Lunarys, el aire era más pesado. No porque algo estuviera mal… sino porque todos sabían que, en algún rincón del cielo, una voz ya no podía escucharse.

  Lunarys, que había sido atacada por Domia, reconstruida con sacrificio y sudor, era ahora una ciudad que comprendía el precio de la paz.

  En el edificio del gremio de aventureros, Niccolò, el jefe del gremio, observaba por la ventana con una copa sin tocar. Recordaba los días en que un joven misterioso, serio pero amable, se registró como aventurero sin grandes ambiciones… solo con el deseo de encontrar a un viejo amigo.

  —Biel… —murmuró Niccolò, cerrando los ojos— Fuiste uno de los buenos… uno de los que luchaban sin querer gloria. Uno de los que sabían lo que realmente importa.

  Frente a la sede del gremio, una placa conmemorativa fue colocada:

  “Aquí entrenó un alma que salvó el mundo. Que Lunarys no olvide jamás su nombre: Biel.”

  Los aventureros se reunían alrededor de la placa para dejar flores, armas, y promesas silenciosas.

  En otra ciudad lejana, aún sin nombre, un haz de luz ardía en el centro de una plaza recién restaurada.

  La espada Aine, en su forma inerte, se encontraba allí… clavada en la tierra, como un faro eterno.

  Los excompa?eros de Biel la rodeaban. Nadie se atrevía a tocarla. Nadie osaba siquiera hablar muy alto.

  Ethan Carter fue el primero en hablar, su voz ronca:

  —él… no tenía que hacerlo. No era su obligación. Y sin embargo…

  Grace Collins apretaba una bufanda que Biel una vez le prestó.

  —Dio todo… hasta el último pedazo de sí. ?Qué clase de persona hace eso?

  Henry Taylor se arrodilló.

  —Un héroe. Eso es lo que era. Aunque nunca se lo creyó.

  Mía Morgan lloraba con la cabeza gacha.

  —Solo quería vivir tranquilo… encontrar a su amigo. ?Por qué tuvo que sufrir tanto…?

  Lucas Gray se secó las lágrimas con rabia.

  —Y pensar que al principio lo subestimamos…

  Noah Mitchell susurró:

  —Yo le debía la vida. Literalmente. Y aun así… no pude salvarlo.

  Sophia Harper colocó una flor en la base de la espada.

  —Descansa, Biel. Nos volveremos a encontrar. Estoy segura.

  Rubí Bennett cayó de rodillas.

  —?Idiota! ?Eras mi amigo! ?Cómo te atreves a irte sin decir adiós?

  Ava White, Charlotte Anderson, Rose Carter, Hannah Sullivan, Liam Johnson, Alexander Reed, Zoe Thompson, Stella Parker, Oliver Walker, Chloe Brooks, Mason Scott, Olivia Ramírez… todos lloraron. Algunos en silencio. Otros gritando. Pero cada uno de ellos… con el alma rota.

  Los a?os pasaron como hojas llevadas por el viento del destino.

  Los siglos, como páginas de un libro sagrado, se fueron escribiendo en silencio. Y así, uno a uno, los días se convirtieron en eras.

  Los reinos florecieron, las ciudades se alzaron de nuevo sobre los huesos del pasado. Pero no repitieron sus errores. La memoria de lo perdido estaba grabada en el alma colectiva del mundo, como una cicatriz de oro sobre mármol blanco. Claiflor se convirtió en un bastión de sabiduría, protegido por el legado de su princesa perdida. Marciler, bajo el gobierno de sabios sucesores de Noor, se transformó en el centro espiritual del nuevo mundo. Y Lunarys, reconstruida tras su trágica caída, emergió como una ciudad cosmopolita donde el arte, la magia y la aventura convivían en armonía. El gremio de aventureros aún conservaba una estatua… no de un guerrero, sino de un joven de mirada tranquila: Biel, el Héroe Silencioso.

  Las tecnologías mágicas se entrelazaron con el progreso. Las ciudades se modernizaron, sí… pero sin olvidar sus raíces. Las torres encantadas ahora coexistían con rieles de cristal y farolas flotantes. Las calles empedradas susurraban historias a los que sabían escuchar. Y en los muros de las escuelas, los nombres de los héroes del pasado seguían siendo ense?ados con reverencia.

  Las eras cambiaban… pero su sacrificio no fue olvidado.

  Pasaron quinientos a?os. Mil. Mil quinientos. Y aun así, la espada Aine seguía esperando. Inmóvil. Inalterada. Inquebrantable. Clavada en el corazón de la ciudad que Biel ayudó a formar. Se decía que solo una persona sería capaz de levantarla de nuevo. Alguien con el alma adecuada. Alguien que, más allá del tiempo… recordara.

  Y así, tras dos mil a?os de historia, transformación y silencio...

  Una nueva estrella cruzó el cielo.

  A las afueras de una gran ciudad de aspecto futurista, cuyos techos aún conservaban dise?os de inspiración medieval, donde los carros flotaban junto a carretas de madera, donde las espadas colgaban en muros junto a pantallas de cristal… se encontraba un pueblo humilde, tranquilo, rodeado por campos dorados y cielos limpios.

  Allí, en una peque?a caba?a de piedra y metal bru?ido, iluminada por lámparas que vibraban con energía espiritual, los gritos del primer llanto rompieron la madrugada.

  —?Está naciendo! ?Está naciendo!

  Una comadrona, entre lágrimas de emoción, sostuvo en brazos a un ni?o recién nacido. Su piel era cálida. Sus ojos, apenas entreabiertos, reflejaban una chispa que no pertenecía a este mundo. Una chispa antigua… demasiado antigua.

  La madre, cansada pero sonriente, tendió los brazos.

  —?Está bien…?

  —Sí… —susurró la comadrona— Está más que bien. Está lleno de vida.

  Afuera, las campanas del pueblo sonaron solas. El viento sopló con una suavidad inusual. Y por un instante… incluso el tiempo pareció detenerse.

  El ni?o lloró. Pero su llanto no era de miedo.

  Era el sonido de un alma que regresaba.

  Una promesa que se estaba cumpliendo.

  Una llama… que volvía a encenderse.

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