Axel despertó sobresaltado, con los oídos palpitando por el dolor que la noche anterior le había dejado. El aire frío de la madrugada se colaba por las rendijas de la ventana, haciéndolo jadear. A su alrededor, el ruido de los autos rompía el silencio, envolviendo el ambiente en un caos urbano constante.
Intentó calmar su mente, enfocándose en el olor a humedad y en un rastro tenue de alguna fragancia que le resultaba extra?amente familiar. Cerró los ojos y aspiró con lentitud, dejándose envolver por un aroma que le recordaba a Jasmín. Aunque ella no estuviera allí, la memoria de su presencia logró apaciguar la tormenta dentro de él, y poco a poco sintió cómo su cuerpo se relajaba.
Axel se incorporó, dejando que sus pies tocaran el frío suelo. Estiró una mano hacia el escritorio, buscando a tientas su celular. Al encontrarlo, la pantalla iluminó su rostro con una luz intensa que lo obligó a entrecerrar los ojos. Miró la hora y sintió un alivio instantáneo.
—No es tarde —murmuró para sí mismo, con un tono que llevaba un eco de esperanza.
Un temblor persistente recorrió sus piernas mientras lograba ponerse de pie. Un mareo lo sacudió, trayendo consigo imágenes fragmentadas del sue?o de esa misma noche. La visión de Jasmín rodeada de mariposas lo invadió, un dolor punzante aprisionó su pecho, obligándolo a llevarse la mano allí, como si intentara detener la presión.
Luchando por mantenerse firme, sus ojos se fijaron en la ventana. Las imágenes del faro de la noche anterior comenzaron a invadir su mente, interrumpidas por la sensación de que la realidad se desvanecía.
—Fue un sue?o —se repitió, tratando de calmarse.
La angustia le hacía sudar frío, y sus piernas temblorosas cedieron, haciendo que se arrodillara frente a la ventana. Intentó calmarse, colocando la frente contra el suelo frío. Cerró los ojos y comenzó a controlar su respiración, inhalando con esfuerzo, exhalando lentamente, cada respiración es una lucha por mantenerse consciente.
—No fue real —repitió varias veces.
Tras varios minutos, su respiración se fue calmando. Su cuerpo entero temblaba, pero poco a poco, con el apoyo de la cama, logró ponerse de pie. Axel no sabía qué hacer. Los sue?os cada vez eran más apabullantes y no lograba encontrarles ningún sentido.
Avanzó lentamente hacia el ba?o, apoyándose en las paredes para no perder el equilibrio. Al llegar, abrió la regadera, se desvistió rápidamente y se metió bajo el agua. Dejó que la corriente rodeara cada centímetro de su cuerpo; esa sensación lograba calmarlo, como si el agua que caía hacia la coladera se llevara consigo los sue?os que lo atormentaban.
—No vas a dejar que esto te afecte más —se dijo a sí mismo con determinación, mientras enjuagaba su cabello con champú.
Mientras dejaba que el agua tibia corriera sobre su piel, sintió que se llevaba todas sus penas. Un pensamiento surgió en voz alta, casi como un reproche:
—Hoy es sábado.
La frustración era palpable en su tono. Su gesto lo decía todo: “Podrías haberte quedado dormido otra vez”. Apagó la regadera y salió de la ducha, envolviendo su cuerpo con una toalla. Se dirigió a su habitación con pasos apresurados, dejando un rastro de peque?as gotas en el piso.
Se dejó caer de espaldas sobre la cama, permitiendo que su cabello húmedo mojara la sábana. Tomó el teléfono del buró, buscando distraerse de su ánimo decaído. La luz azul de la pantalla iluminaba su rostro mientras deslizaba el dedo por la web, sin detenerse en nada en particular.
A los pocos minutos, decidió incorporarse. Caminó hacia el armario y, sin pensar demasiado, sacó las primeras prendas que encontró. Una vez vestido, se perfumó con unas gotas de loción y se paró frente al espejo. Peinó su cabello húmedo con los dedos, moldeando un flequillo que casi le rozaba las cejas. El aire fresco de la ma?ana se colaba por la ventana abierta, acariciando su rostro. Cerró los ojos un momento y, por primera vez en lo que iba del día, sintió algo parecido al alivio.
Axel tomó nuevamente el teléfono del buró, pero, en un descuido, su dedo deslizó la pantalla, revelando una noticia inesperada. Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de asombro y miedo. El teléfono se le escapó de las manos, estrellándose contra el suelo con un golpe seco que rompió la pantalla. Sus piernas flaquearon y su cuerpo terminó desplomándose sobre la cama. Las manos comenzaron a moverse frenéticamente, ara?ando su piel y tirando de su cabello con desesperación.
“En la noche del viernes, un faro de luz deslumbrante surgió de manera inexplicable, iluminando el cielo y sorprendiendo a toda la ciudad. La intensidad de la luz, que ascendía del suelo hacia las alturas, dejó a los testigos atónitos. Hasta el momento, no hay explicación alguna para este fenómeno, y los expertos lo describen como un evento completamente inusual. Las autoridades han emitido una alerta, manteniendo un estado de vigilancia mientras se investigan las posibles causas”.
Axel reconoció con horror que no había sido un sue?o aquella escalofriante luz. La tristeza lo invadió mientras permanecía tirado sobre la cama, sintiendo cómo las lágrimas corrían libres por sus mejillas. No había sollozos, solo el eco de su respiración entrecortada mientras su mirada se perdía en el techo, dejando que la humedad se impregnara en las sábanas.
Ya no quería seguir perdiendo contra la pesadilla que lo acosaba, necesitaba ayuda, pero no sabía a quién recurrir. Pensó en Jasmín, pero la idea lo desconcertó. La imagen de su rostro al recibir su llamada en plena madrugada le heló la sangre. Descartó la idea casi de inmediato, sin siquiera darle tiempo a formularse una respuesta racional. El recuerdo del da?o que pudo haberle causado a Nahuel lo acorraló con una intensidad insoportable. Sus pesadillas no solo lo atormentaban a él, sino que también amenazaban con destruir todo lo que había a su alrededor. Pero, por más que lo deseara, no podía permitir que sus amigos sufrieran por su culpa. No dejaría que su oscuridad los alcanzara.
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Lo meditó durante un buen rato. Sabía que Nahuel probablemente estaría dormido, y le inquietaba la posibilidad de que su llamada, tan abrupta en esa hora de la madrugada, no fuera bien recibida. Temía una reacción molesta o, incluso, que su amigo lo ignorara por completo. Sin embargo, a medida que los segundos pasaban, la urgencia en su pecho se intensificaba. Sabía que debía hacerlo. No podía seguir cargando solo con todo eso. Finalmente, tomó una decisión. Llamaría a Nahuel. No para pedirle una solución, sino para disculparse. No dejaría que el peso de sus pesadillas destruyera lo que quedaba de su amistad.
Tomó su celular con manos temblorosas, dudando por un instante antes de marcar el número de Nahuel. El tono de llamada resonó brevemente antes de que una voz familiar, cargada de nerviosismo, contestara.
—?Axel?
—Sí... soy yo —murmuró, tomando aire para reunir fuerzas antes de continuar—. Solo quería disculparme por lo de ayer.
Las palabras salieron entrecortadas, impregnadas de remordimiento.
—Sé que fui impertinente y... solo quiero pedirte mis más sinceras disculpas.
Nahuel guardó silencio por unos segundos, como si buscara las palabras adecuadas.
—Tranquilo, sé que yo tampoco tuve la mejor reacción.
El silencio que siguió fue incómodo, una pausa cargada de emociones que ninguno de los dos parecía atreverse a romper. Axel percibía cómo la tensión se filtraba a través de la línea y, aunque estuvo a punto de colgar, la voz de Nahuel emergió, esta vez con más firmeza.
—Creo que deberíamos vernos y hablar más sobre tus sue?os.
La propuesta dejó a Axel desconcertado. Los sue?os habían sido el detonante del conflicto entre ambos, y escuchar a Nahuel mencionarlos de nuevo lo tomó por sorpresa. Se enderezó en la cama, nervioso, y comenzó a caminar en círculos, buscando una respuesta—?Por qué? —preguntó con cautela—. O sea, sí… pero se me hace raro.
—Sé que puede sonar extra?o —admitió Nahuel, su voz oscilando entre la inseguridad y la urgencia—. Pero te lo explicaré lo mejor que pueda.
Nahuel dudó un momento, como si sopesara las palabras adecuadas. La idea de compartir lo que había experimentado le generaba un nudo en el estómago, pero la necesidad de aclarar sus inquietudes lo empujó a continuar.
—Nos vemos en el parque… el de la otra noche. ?Te parece?
Axel permaneció en silencio por un instante, analizando la invitación. Aunque su instinto le decía que había algo más detrás de las palabras de Nahuel, terminó por aceptar con un leve suspiro.
—Está bien —respondió, sintiendo que la curiosidad comenzaba a mezclarse con el temor—. Nos vemos allí.
La luna se retiró lentamente, dejando que el sol tomara su lugar en el cielo. Las nubes, te?idas de un gris oscuro, proyectaban sombras inquietantes mientras se deslizaban perezosas. El aire fresco acariciaba el ambiente, cargado de humedad, como una promesa silenciosa de lluvia inminente.
Debajo de un árbol, cuya copa estaba cubierta por el verde de sus hojas, se encontraron frente a frente e intercambiaron miradas. Axel, con las ojeras aún más marcadas, tenía un rostro abatido y una mirada vacilante que parecía incapaz de enfocarse en nada. Nahuel, con un rastro de enojo todavía visible en su expresión, dejó que la comprensión lo invadiera al ver a su amigo tan desgastado.
Ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio que se había instalado entre ellos. Simplemente se sentaron bajo el árbol, recostando sus espaldas contra el sólido tronco del roble. Nahuel, aún oscilante, jugueteaba nervioso con las manos mientras su mirada permanecía fija en las nubes que cubrían las estrellas. Finalmente, rompió el silencio.
—Tuve una experiencia bastante rara.
Axel lo miró, sus ojos llenos de curiosidad, aunque un leve atisbo de duda cruzó su rostro.
—?Qué pasó?
—Bueno, fui a la casa de mi abuelo y yo... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas, sin poder ordenarlas.
—?Viste algo raro? —interrumpió Axel, un tono de inquietud filtrándose en su voz. Su rostro se oscureció al recordar la visión fatídica en el agua, el nudo en su garganta apretando con fuerza. Intentó continuar, pero las palabras se le atoraron.
—Perdón, no sé qué me está pasando —susurró, se enderezó y pasó las manos por su cabello, como si intentara arrancar las ideas que lo atormentaban.
—?Cómo sabes que vi algo raro? —preguntó Nahuel, la molestia en su rostro empezando a ceder, mientras una chispa de esperanza se asomaba.
—Podemos ayudarnos. Sé que no reaccioné de la mejor manera antes, pero creo que, si hablamos, encontraremos algo — A?adió, con un entusiasmo contenido.
—No sé si pueda ayudarte —respondió Axel, su voz llena de la desesperanza que lo envolvía.
—La verdad, estoy muy asustado —las palabras de Nahuel se quebraron, llenas de miedo, mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. —Tengo miedo de lo que está pasando, no entiendo nada de lo que está ocurriendo últimamente —su sollozo aumentaba, resonando con la desesperación. —Y tus sue?os... tal vez ellos puedan darme respuestas.
—?Por qué estás asustado? —preguntó Axel, su voz rasgada por la curiosidad, pero todavía empapada de desánimo. —?Por lo que viste?
—No solo por lo que vi, sino por lo que he vivido —su tono aumentaba de intensidad, y se balanceaba ligeramente, como si tratara de calmarse. —Ha sido muy difícil, y no sé qué hacer.
Los dos se quedaron en silencio. Ninguno sabía qué decir para consolar al otro. La noche caía cada vez más, y la lluvia, casi inevitable, se aproximaba.
—No sé qué significan… estoy cansado de todo esto —pensó Axel, sus palabras saliendo sin que él se diera cuenta.
—?Qué fue lo que so?aste sobre mi abuelo? —preguntó Nahuel, limpiándose con la manga de su camiseta las lágrimas que caían.
Axel dudó durante un largo momento, pero finalmente cedió ante la petición de su amigo. Mientras relataba el sue?o, sus palabras parecían ir entrelazándose con la oscuridad del recuerdo, y a medida que avanzaba, Nahuel quedaba cada vez más petrificado. Todo coincidía: su recuerdo de aquella fatídica noche y la historia de Dolos.
El relato había terminado, y la lluvia comenzaba a caer, deslizándose por las hojas del árbol, mojando a los dos amigos. El sonido de las gotas al golpear la tierra parecía amortiguar el silencio entre ellos. Un aire fresco le recorrió la espalda a Nahuel, pero no fue suficiente; el miedo persistía, como una sombra que no lo dejaba en paz. La confusión lo mantenía aturdido, sin saber qué hacer ni hacia dónde ir.
Dudó, mirando a Axel con los ojos algo vidriosos, sin poder encontrar las palabras correctas. Meditó por un momento sobre la opción de llevarlo con Dolos, la persona que tal vez pudiera ayudarles. Habían quedado de verse en un punto específico más tarde ese mismo día, y la idea le parecía un poco menos aterradora que seguir dando vueltas en la oscuridad. Respiró hondo, tratando de centrar sus pensamientos.
—No sé cómo ayudarte —dijo al final, su voz vacilante—, pero tal vez haya alguien que pueda ayudarnos a los dos.
Axel, con la mirada perdida, asintió lentamente. Cualquier cosa sería mejor que seguir ahí, atrapado en esa pesadilla.