La respuesta de nuestra petición a Ka’rosh había tardado algo más de dos semanas en arribar, pero el tiempo no había caído en saco roto. Los due?os del taller habían aprovechado la espera para ponerse al día con todo el material de estudio que les había proporcionado Amelia a través de la unidad Alrune mientras que la hermana peque?a era incapaz de saltarse un solo día de entrenamiento. Aunque no las uniera la sangre, había heredado el tesón de Mirei y cada día se acercaba un poco más a poder conmigo, aunque solo fuera en una ronda de práctica con claros hándicaps a favor.
Me encargué de recibir personalmente al mensajero a las puertas de la mansión. No podía negar mi curiosidad por conocer en persona a uno de los teu’iran, y no quería perderme la ocasión de adelantar el ?trabajo de exploración? al resto del equipo. Y es que, a pesar de haber recorrido a lo largo y ancho la estrella en la que vivíamos, nunca había tenido el beneplácito del Dragón del Rayo para visitar la isla flotante sobre la que se erigía Medliria, la ciudad en la que se tendían a recluir los hombres pájaro.
―Misiva.
Ya sabía que era infrecuente que alguien de su raza dijese más de dos palabras seguidas, pero experimentarlo en primera persona era, cuanto menos, imponente. Especialmente, si esas palabras venían de la mano de una voz grave procedente de un pájaro antropomórfico que hacía que incluso alguien tan corpulento como yo pareciese peque?o en comparación. Aunque su postura intentaba ser distinguida, hinchaba el pecho haciendo gala de sus brillantes plumas blancas, orgulloso de sí mismo, como si debiera sentirme afortunado de tener frente a mí a uno de los suyos.
Sacó un sobre del zurrón que colgaba de su cinto y lo extendió hacia mí sin dejar de establecer contacto visual. ?Se trataba de una de las costumbres de su pueblo? No podía ser descortés con el enviado de Ka’rosh, pero la intensidad de su mirada era ciertamente abrumadora.
Decidí hacer uso de la etiqueta que sí que conocía.
―En nombre de la familia Tennath, extiendo nuestro agradecimiento por tan presta respuesta. ―Le regalé una reverencia―. Haré llegar el mensaje con prontitud a los se?ores de la familia Tennath.
―Perfecto.
Sin compartir una sola palabra más (ni gesto alguno) a modo de despedida, el teu’iran dejó caer el oscuro visor de su casco con solo un gesto y echó a volar hacia el sol con tanto ímpetu que algunas de sus plumas se quedaron atrás. Decidí llevármelas al bolsillo con discreción por si tuvieran alguna clase de valor alquímico.
―Sí, chaval, que eres muy molón ―gru?í para mis adentros mientras comprobaba el contenido de la carta―. En fin, al menos las noticias son buenas.
Toda la familia (Guri incluido, aunque se limitaba a dormitar en una esquina) se reunía en el estudio que Amelia tenía en el Núcleo, junto a la sala de servidores. Era donde tenía los ordenadores más potentes y un par de unidades Alrune trabajando en monitorizar los movimientos de los Aruna gracias a algo que habían denominado ?una puerta trasera?.
Padre y Amelia hablaban animadamente. Aunque me habían formado para conocer las bases de toda la tecnología que manejaba la familia, a veces me sentía incapaz de entender la infinidad de extra?os términos que estaban empleando en su conversación. De tanto en cuando, Madre intentaba injerir, quizá con alguna duda o puede que con nuevas apreciaciones, pero estaba claro que solo estaba lanzando disparos al aire.
―?Alguna pista? ―El patriarca seguía con la vista un montón de líneas que se dibujaban en las pantallas―. Todo lo que veo en estos logs parece... sorprendentemente normal.
―No sé dónde más buscar ―protestó Amelia, golpeando la mesa―. O han mejorado sus técnicas de ofuscación o estoy perdiendo facultades.
―No te desanimes. ―Dejó la mano en el hombro de su hija―. Ya es increíble que hayas roto el cifrado en tan poco tiempo. Me gustaría decir que te ense?é bien, pero hace mucho que me superaste en esto.
Alcé el sobre en el aire, buscando algo de atención, pero los dos seguían a lo suyo. Tuve que chistar un par de veces (con su consecuente reacción de vergüenza en mi rostro) antes de que Madre reparara en mi presencia.
―Contamos con vía libre para la audiencia con el Dragón del Rayo ―anuncié con energía―. El Puente se abrirá en dos días, al alba. La misiva advierte de las condiciones de presión y la temperatura en las alturas.
―Rory se ha encargado de lo primero. Y estoy convencida de que tenemos suficiente ropa de abrigo en nuestros armarios. ―Mi hermana movió la mano despreocupadamente, sin siquiera dirigirme la mirada―. ?Puedes trasladar el mensaje a los Rapsen?
―Dispense mi impertinencia, mi se?... hermana. ―?Por qué seguía siendo tan difícil?―. Mas, ?no contamos ya con un dispositivo de comunicación remota capaz de cumplir con ese rol?
―Estoy demasiado ocupada para buscar una excusa convincente que diga que eso es una mala idea ―gru?ó, aun absorta en la pantalla―. Seguro que se te ocurre alguna por mí. Anda, pásatelo bien con los Rapsen, tú que puedes.
―De acuerdo. ―Hice el ademán de clavar la rodilla en el suelo, pero me corregí a tiempo―. ánimo con vues... tu trabajo.
***
Fue una enérgica Lilina quien abrió la puerta del taller de golpe y porrazo. Como era habitual, intentó saludarme con una de las acrobacias de combate que le había ense?ado durante nuestros ejercicios de esgrima. Estaba claro que su objetivo era impresionarme con su pericia pero, como tendía a hacer más veces de las que podría contar, calculó mal las distancias y se golpeó la cabeza con uno de los muros.
―Lo tienes bien merecido ―le amonesté―. Te dejé bien claro que esa es una maniobra que solo debe ejecutarse en espacios abiertos.
―Jo. Sé que soy suficientemente ágil como para lograrla en interiores. ?Tengo que sacar lo bueno de ser tan canija! ―Se sentó en el suelo y se cruzó de brazos―. ?Podemos practicarla luego? ?La tengo casi dominada!
―Claro, mi joven pupila. ―Le extendí la mano para que se pusiera en pie y me respondió con una sonrisilla tontorrona y color en sus mejillas―. Mas primero, he de entregar un mensaje. ?Están Mirei y Rory en casa?
―Sí, pero yo no me acercaría ―advirtió Jenna desde una esquina. Por algún motivo, tenía el pelo mucho más alborotado de lo normal―. Cuando se juntan en un proyecto... Hay que temerlos.
You might be reading a stolen copy. Visit Royal Road for the authentic version.
―No será para tanto. ―Me golpeé la armadura con un golpe que resonó en toda la estancia―. Ya conocéis a mi se... A Amelia.
Abrí la puerta para comprobar que una extra?a daga estaba clavada en ella. Su punta no parecía muy afilada, pero, de algún modo, había atravesado varios centímetros de la madera y dejado algún tipo de quemadura. De repente, la hoja empezó a emitir un tenue brillo morado y un zumbido me llenó los oídos. Otra arma similar a la que estaba examinando voló hacia mí a toda velocidad. Tuve la suerte de poder pararla con mi guantelete, pero eso no evitó que me llevara un inesperado calambrazo de las chispas de éter que escaparon de él.
Menos mal que mi armadura también era aislante.
―?Estás segura de que has seguido al pie de la letra los planos de Barkee? ―se quejó Rory con una voz aquejada y más ronca de lo habitual―. El anterior prototipo era más fácil de manejar.
―La diferencia es que el anterior prototipo no era capaz de concentrar el éter en un haz de láser.
Mirei blandió dos de los extra?os cuchillos y, como si estuviera disparando un revólver, marcó un mu?eco de prácticas con una peque?a, si bien profunda, quemadura. Incluso se tomó el lujo de posar con uno de ellos como si fuera la heroína de una de las novelas de Amelia.
―Vale, lo intentaré de nuevo. ―Los ojos empezaron a brillarle de forma poco natural―. Pásame ese tónico de la mesa, anda.
Acabó el vial de un largo trago y, de alguna forma, logró que el cuchillo orbitase en torno a su cabeza. Durante un momento, incluso podría haber afirmado que danzaba con gracia sin responder a nada más que a los pensamientos del maese. Entonces, se escuchó un peque?o clic y la punta del arma empezó a brillar. Se repitió el fenómeno del que había hecho gala la maquinista, solo que, sin una mano firme que la sujetara, la inercia del disparo hizo que el artefacto empezara a girar en el aire por su propio retroceso y dejara quemaduras en paredes y techo.
―Veo que os lo estáis pasando bien. ―Respiré unas cuantas veces. Aún era complicado mantener un lenguaje tan coloquial por mucho que intentara normalizarlo―. Muy buenas.
―?Eh! ?Hola, Dan! ―La muchacha se quitó la máscara protectora y se acercó a saludarme con un efusivo pu?etazo en el hombro que se convirtió en medio abrazo. Sonreí con timidez―. ?Traes noticias? ?Venga, va! ?Dime que Meli ha acabado con lo suyo y te manda a decirme que puedo verla porque así es mucho más romántico que con un mensaje! O que ya podemos darnos un paseo por Medliria, las dos cosas me valen.
Asentí con la cabeza y alcé el sobre en el aire. Aunque la carta no decía nada que no pudiera resumir en un par de frases, dejé que la leyeran ellos mismos y alcanzaran las conclusiones adecuadas.
―?Sí que han tardado los pollos estos! A este ritmo, creía que iban a pasar de nosotros.
―Estoy seguro de que ?pollos? es un término bastante ofensivo, Mirei. ―El alquimista balanceó la cabeza―. Aunque, visto lo visto, igual sí que se merecen uno o dos improperios. Al menos, parece que las condiciones son las que asumíamos. Creo que tenemos todo lo necesario, pero será mejor que prepare algunos viales de rechazo eléctrico y otros tantos de apoyo de corriente, solo por si acaso.
―Alguien ha decidido que era buena idea acabárselos de una sentada ―le acusó su hermana.
―Admito que me he pasado. ―Cruzó los brazos frente a su estómago y se encogió―. Au, no lo recomiendo. Menudo cosquilleo.
―Te dije que era suficiente práctica por un día. ―Agarró con fuerza al muchacho de los hombros y lo zarandeó con una fingida violencia―. Que sí, que estás mejorando a pasos agigantados, pero te vas a hacer un agujero en el estómago. No es sano.
―Lo que no es sana es la tabarra que no dejas de darme ―ladró, aún abrazándose las tripas―. Dan, ?te importaría buscarme los ingredientes? Seguro que tu pupila te los recita de memoria.
―?Genial! ―Lilina salió de las sombras. A estas alturas, casi no me sorprendía―. ?Una buena excusa para salir a entrenar! ?Voy a por Nébula!
―Venga, que te compensaré el esfuerzo ―prometió el maese, con una mirada de compasión y una mano en mi hombro―. ?Galletas de acireza? La nueva cosecha ha salido especialmente rica.
***
Sin la especializada fisionomía de un teu’iran o una máquina capaz de ascender varios kilómetros en vertical y sobrevivir al intento (algo que probablemente los habitantes de la isla tomarían como un acto hostil), el Puente era la única forma de acceder a Medliria. Según detallaba la carta, habíamos de esperar hasta el alba para que se abriese para nuestra oportunidad de audiencia con el Dragón del Rayo.
Definitivamente, querían ponernos las cosas difíciles. El ascenso implicaba, en primer lugar, un viaje de varias horas en mecavioneta hasta las monta?as del norte. Por la topología de la zona, nos iba a tocar aterrizar en la base de la sierra, lo que suponía que acto seguido nos tocara una escarpada escalada hasta el Pico del Kakapo. Eso que nos tomaría unas cuantas horas extra y haría mella en nuestras energías antes de acceder a la ciudad.
Contar con dos aliados capaces de moldear la tierra a su antojo haría que la dificultad de la travesía no fuera tan alta como cabría esperar, mas aun así debíamos estar ojo avizor en todo momento. Ninguno de los aventureros presentes había explorado la zona con anterioridad, así que no podíamos descartar la posibilidad de encontrarnos con monstruos desconocidos. Por mucho que confiáramos en nuestra habilidad para enfrentarnos a cualquier criatura, el factor sorpresa podía ponernos en un aprieto... y si tenía un rol en todo eso, era el de minimizar los riesgos.
Tenía que tener la mente en cualquier peque?o detalle que comprometiera la operación, y subir una monta?a así sin luz diurna era una fuente de entropía adicional de la que no quería depender. Por ende, decidí que el curso de acción más sabio sería pasar la noche en una improvisada cueva a escasos minutos a pie del Puente.
No pude evitar sentir calor en el pecho al ver esa estampa con las mochilas desplegadas en el suelo, listas para pasar la noche tras una cena en torno a los cristales de éter que tantas historias iban a escuchar.
Había algo de nostálgico en esas acampadas. Algo que creía que había quedado atrás para siempre.
―?Venga! ―se quejó Lilina, tiritona―. ?Seguro que nos da calorcito!
―?Me niego a usar a Adresta como calefactor portátil! ―Me así a la espada, que aún guardaba algo de calor tras nuestra última lucha con un fantun polar―. Si tanto frío te dan las alturas, coge una manta como esas dos. O... como esos dos. O échate una a los hombros como yo y finge que es una capa.
―Jo. ―Sus gestos eran excesivamente dramáticos―. ?Esto está lleno de parejitas dándose calor! Y Guri, a pesar de lo mullidito que parece, no me deja achucharle.
El momoolin puso los brazos en cruz e iluminó la gema de su anillo para cavar un agujero en el que ocultarse. Acto seguido, sacó la cabeza y le hizo llegar una de sus risas mudas.
―Deja de protestar ―balbuceó una somnolienta Jenna―. He cosido tu abrigo yo misma y sé que lleva calentadores termoetéricos. Enciéndelos y déjanos dormir de una vez.
―?Jenna! ―siseó la muchacha con poca sutileza―. ?Déjame, es mi oportunidad! ?Ya sabes que...!
Sin decir más, dejó la cabeza en mi hombro y bostezó. Estaba claro que no podía más con su alma, pero aun así seguía intentando buscar mi atención. No dijo una sola palabra más, pero se aferró a sus rodillas en silencio, luchando a duras penas contra sus somnolientos cabeceos.
Sentí algo de pena por la adolescente, así que eché mi brazo por encima de sus hombros, con cuidado de que la manta que compartíamos le cubriera correctamente. La muchacha ronroneó en respuesta.
―De acuerdo, hagamos los dos el turno de vigilancia ―aseveré, con cuidado de que mi tono no flaqueara―. Mas no te acostumbres. Ni me hagas arrepentirme de mi decisión, ?eh?
―Sabía que Adresta seguiría calentita ―dijo con la más plácida de las sonrisas―. Lo sabía.
―Y yo sabía que te terminarías saliendo con la tuya. ―Reafirmé mi agarre. La muchacha pareció estremecerse ligeramente, pero estaba tan extenuada que no lo acompa?ó de comentario alguno―. De alguna forma.
Pasamos unos segundos que se sintieron efímeros en silencio. Por supuesto, tenía que intentar hacerse con la última palabra.
―?No soy adorable? ―Pesta?eó varias veces―. ?Dijiste que me protegerías! ?Me lo debes!
―Y no creo haber errado en esa promesa. Mira, te estoy protegiendo del frío ―le reproché―. Aunque contases con media docena de formas de hacerlo tú misma, aquí me tienes. Cumpliendo tu peque?o deseo.
―Gracias, Dan ―dijo entre unas respiraciones que cada vez se dilataban más y más en el tiempo―. Gracias por quererme a tu manera.
Cuando nadie miraba, encendí ligeramente a Adresta. Tenía una larga noche por delante, pero nada me impedía pasarla de la forma más cómoda posible.