Alan invitó a Awa y Thabo a sentarse alrededor de una mesa, tomando él mismo asiento junto a Jennel. El silencio inicial se rompió con una bienvenida por parte de Alan, que los animó a mantener un intercambio abierto y constructivo.
Thabo esbozó una leve sonrisa irónica y soltó con voz seca:
—Imagino que nuestra acogida podría haber sido más cálida. Pero nos las arreglaremos.
Alan no reaccionó a la pulla, limitándose a una mirada mesurada.
Awa, más serena, observó a Jennel con atención antes de preguntar:
—?Eres una Vidente?
Jennel inclinó ligeramente la cabeza.
—Sí —respondió simplemente, sin rodeos.
Thabo cruzó los brazos y adoptó un tono más grave:
—Estamos aquí en paz y nos ponemos en tus manos, Alan. No tenemos otra intención que comprender mejor lo que está ocurriendo. Quizá podamos intercambiar información útil para todos.
Alan asintió.
—Eso también espero.
Awa tomó el relevo:
—Al reactivar la Base del Altái, reanudaste la Selección. Se la consideraba caduca.
Alan arqueó las cejas, visiblemente sorprendido.
—?Cómo que caduca?
Posó la mirada en Awa, tratando de captar el trasfondo de su afirmación. Awa intercambió una mirada con Thabo antes de responder.
Inspiró hondo y entrelazó las manos frente a ella antes de comenzar su relato.
—Mucho antes de su llegada, las Bases no estaban en competición. La Selección existía, sí, pero no era más que una idea lejana, un concepto más que una realidad. Yo fui la primera en activar una Base, la de Comoé, en Costa de Marfil. Poco después, una mujer mongola llamada Enkhjargal activó la Base del Altái. Establecimos contacto rápidamente y desarrollamos buenas relaciones.
Alan escuchaba con atención, grabando cada detalle en su memoria.
—En ese entonces —continuó Awa— los intercambios eran cordiales. Compartíamos información, recursos. No había hostilidad ni sospechas. Luego vino la tercera activación: la Base de Canadá, en Banff. También allí, las relaciones fueron inicialmente positivas. Pero...
Lanzó una breve mirada a Thabo, que permanecía impasible, y prosiguió:
—Thabo llegó, y fuimos cuatro. Por primera vez, la noción de Selección cobró forma real en nuestras mentes. Hasta entonces, primaba la colaboración, e incluso habíamos desactivado nuestros campos de repulsión para favorecer los intercambios.
Alan anotó mentalmente esa información. Desactivar los campos de repulsión podía parecer una buena idea… salvo por la inevitable naturaleza humana.
—Yo mantuve el mío —precisó Thabo con voz tranquila—. No me fiaba.
Awa asintió.
—Y tenías razón. Porque Brian, el Elegido de Banff, rompió ese equilibrio. Militarizó a su población, aprovechando los arsenales abandonados del ejército estadounidense. Luego lanzó el ataque. Envió a sus tropas contra la Base del Altái. Fue una masacre.
Jennel apretó los labios, percibiendo la emoción que empezaba a filtrarse en la voz de Awa.
—Enkhjargal murió —continuó Awa tras un breve silencio—. La Base sufrió da?os considerables, especialmente en la IA. Pero, sobre todo, el anillo se volvió inaccesible. éramos cuatro… y volvimos a ser tres. Como la Selección requiere siete anillos, quedó sin efecto. Entonces renunciamos. Se acabaron las alianzas, se acabó el proyecto. Cada uno trató de sobrevivir por su cuenta.
Se enderezó y clavó la mirada en la de Alan.
—Hasta que llegaste. Tú despertaste el Altái, Alan. Y con él, la Selección.
Alan inspiró profundamente. Su mente hervía. Comprendía ahora que su mera presencia había alterado el equilibrio. ?Pero era eso bueno o malo?
Awa lanzó una mirada significativa a Thabo antes de concluir:
—La alianza entre Thabo y yo se forjó en un contexto en el que la Selección era impensable. La identidad de los Elegidos ya no importaba. Simplemente nos apoyamos para sobrevivir, no para jugar a este juego impuesto por los Gulls. Pero hoy, aunque la Selección resurja, esa alianza sigue en pie.
Thabo asintió con la cabeza, aprobando.
—Y estoy dispuesto a devolverle el anillo si ella así lo desea —declaró con calma.
Jennel arqueó una ceja, intrigada por ese cambio repentino. Awa no se inmutó, su mirada seguía fija en Alan.
—Pero antes de llegar a eso —retomó Thabo, dirigiéndose directamente a él—, hay algo que nos gustaría entender. ?Cómo conoces la ubicación de las otras Bases?
Awa a?adió enseguida:
—?Y cómo reactivaste una Base que estaba destruida?
Alan se lo esperaba. Se tomó un momento para formular su respuesta, pesando cuidadosamente sus palabras.
—Voy a ser honesto con ustedes —respondió con voz serena—. Los emplazamientos de las Bases me fueron proporcionados por una fuente que no puedo identificar con certeza. Todo lo que sé es que, en mi momento más bajo, en un desierto, alguien me dio esa información y la posibilidad de venir aquí.
Thabo no ocultó su escepticismo.
—?No sabes quién fue?
—No —admitió Alan sin rodeos.
Se hizo un silencio. Awa, siempre impasible, analizaba cada palabra.
—?Y sobre la Base del Altái? —insistió.
Alan cruzó los brazos y apoyó los codos sobre la mesa.
—No la reactivé. El domo fue reiniciado, pero no la Base como tal. Es una distinción importante. Simplemente obligué a su IA a conectarse con la del nave en órbita. Fue a través de ese vínculo que logré tomar el control.
Awa y Thabo intercambiaron una mirada breve, un destello de preocupación y reflexión pasando entre ambos.
—La nave... —murmuró Awa.
Thabo frunció ligeramente el ce?o.
—Lo que significa que, potencialmente, cualquier IA puede ser influenciada por esa nave.
Alan inclinó levemente la cabeza.
—Exactamente. Y eso es lo que más debería preocuparles.
El silencio volvió a caer, más pesado que nunca.
Alan cruzó los brazos, observando a Awa y Thabo por turno.
—Ese vínculo con la nave puede ser una amenaza, pero también podría ser una oportunidad.
Thabo alzó una ceja, desconfiado.
—?Una oportunidad? ?De qué estás hablando?
Jennel intervino sin dudar:
—Por ejemplo, para impedir el debilitamiento del campo anti-nanites.
Awa asintió lentamente, dejando que la idea germinara en su mente.
—O para prescindir de los siete anillos —a?adió Jennel.
Alan suspiró.
—Queda por saber cómo.
Thabo cruzó los brazos, su mirada endureciéndose.
—?Y si no es posible? ?Si estamos atrapados por estas reglas y no existe escapatoria alguna?
Se hizo un silencio en torno a la mesa. Todos buscaban una respuesta, pero nadie tenía aún una solución clara.
Fue entonces cuando Jennel, con un aire falsamente inocente, se enderezó ligeramente.
—Cuando era ni?a, tenía un libro de cuentos.
Alan giró lentamente la cabeza hacia ella, intrigado.
—?Un libro de cuentos?
Jennel asintió.
—Sí, un regalo de cumplea?os. Había una historia de áfrica Oriental que me gustaba especialmente, se llamaba La hiena y la miel…
Todos la miraron, perplejos.
Jennel esbozó una sonrisa y empezó a contar el cuento.
JENNEL
Había una vez, en una sabana reseca, una hiena hambrienta que vagaba en busca de comida. Un día, percibió un aroma exquisito llevado por el viento: el del dulce y dorado miel. Intrigada, siguió la fragancia hasta un gran árbol donde las abejas zumbaban alrededor de una colmena suspendida en una rama alta.
La hiena no era muy lista, pero sí muy terca. Se sentó bajo el árbol y empezó a pensar en voz alta:
—Esa miel está muy alta, y no tengo alas para volar. Pero si espero a que caiga, será mía.
Entonces se instaló bajo el árbol, esperando que la miel cayera por sí sola.
Pasó el tiempo. El sol quemaba la sabana, la noche caía fría, pero la hiena no se movía. Pasaron los días, y el hambre la devoraba por dentro, pero se negaba a rendirse.
Una ma?ana, un mono pasó por allí y se detuvo al verla.
—?Qué haces aquí, hiena? —preguntó.
—Estoy esperando que caiga la miel —respondió la hiena con tono orgulloso.
El mono se echó a reír.
—?Criatura tonta! La miel no caerá sola. ?Hay que subir a buscarla!
Pero la hiena se negó a escuchar.
—No, soy paciente. Estoy esperando mi momento.
Pasaron más días. Las abejas, curiosas por aquella presencia, acabaron por molestarse y atacaron a la hiena. Picada por todas partes, la hiena aulló y huyó corriendo, más hambrienta que nunca.
Jennel terminó su relato bajo las miradas silenciosas de Thabo y Awa.
Alan, con una sonrisa en los labios, la miró con admiración.
—Entonces, si entiendo bien… —empezó a decir.
—Si nos limitamos a esperar una solución milagrosa, acabaremos como la hiena —respondió Jennel, encogiéndose de hombros.
Thabo, impresionado a pesar suyo, soltó una leve risa.
—Debo admitir… que no me esperaba una lección así.
Awa asintió, reflexionando sobre las implicaciones.
—Entonces, debemos ir a buscar nuestra propia miel. Pero ?cómo?
Alan, inspirado por el cuento, se levantó y apoyó las manos sobre la mesa.
—Eso es exactamente lo que vamos a descubrir.
Jennel, siempre animada, tamborileó con los dedos sobre la mesa, con una sonrisa divertida en los labios.
—Pero esperen, también existe una variante de esa historia.
Thabo alzó una ceja, intrigado.
—?Una variante?
—Sí, en esa versión, el mono, que se burla de la hiena y quiere demostrar su superioridad, trepa al árbol para recoger la miel él mismo.
Alan cruzó los brazos, esperando la continuación.
—Pero —continuó Jennel—, no se da cuenta de que las abejas son mucho más peligrosas de lo que había imaginado. Apenas alcanza la colmena, lo atacan con furia. Asustado, la derriba y termina lleno de picaduras.
Awa frunció el ce?o, siguiendo el relato con atención.
—?Y la hiena? —preguntó.
Jennel sonrió con picardía.
—Pues… La miel cae directamente en su boca abierta. No hizo nada, no arriesgó nada, y es la única que se beneficia.
Un silencio cayó sobre la sala.
—Entonces —dijo Jennel mirándolos uno por uno—, ?qué opinan? ?Cuál es la moraleja de esta versión?
Se intercambiaron miradas pensativas.
Thabo reflexionó en voz alta:
—Quien quiere llevárselo todo puede terminar víctima de su propia arrogancia.
—Tal vez —admitió Jennel.
Awa se enderezó y a?adió:
—?Pero eso significaría que a veces, no hacer nada puede ser una estrategia eficaz?
Alan, que observaba la discusión con interés, esbozó una ligera sonrisa.
—O bien, que el más astuto no siempre es el que uno imagina.
Jennel tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—?Ven? Los mismos elementos, pero conclusiones diferentes.
Se levantó, cruzando los brazos, los ojos brillantes.
—Entonces… ?Cuál de estas historias se acerca más a nuestra situación actual?
Alan, Thabo y Awa intercambiaron una mirada, cada uno buscando la mejor respuesta.
Jennel se recostó ligeramente en su silla, con una sonrisa enigmática en los labios.
—Desde mi punto de vista —empezó—, esta historia nos ofrece en realidad cuatro moralejas distintas.
Awa y Thabo intercambiaron una mirada intrigada.
—Y entre ellas, dos son contradictorias —prosiguió Jennel—, lo que significa que debemos descartarlas. Pero quedan dos que realmente pueden inspirarnos.
Alan cruzó los brazos, interesado por el giro de la conversación.
—Primera lección —Jennel levantó un dedo—, el más astuto no es siempre quien uno cree. Es decir, para ganar, a veces hay que saber fingir ignorancia, o incluso cometer errores voluntarios.
Thabo alzó una ceja, claramente intrigado por ese planteamiento.
—Segunda lección —continuó Jennel, levantando un segundo dedo—, quien quiere quedárselo todo para sí, siempre acaba destruyéndose. Eso significa que hay que compartir los anillos.
Un silencio se abatió sobre la sala.
Awa y Thabo miraban a Jennel, estupefactos. Alan, por su parte, rompió la tensión con una carcajada.
—Jennel… Eres increíble.
Awa la observó, admirada.
—?Cuál es exactamente tu papel en esta Base? —preguntó, sinceramente impresionada.
Alan se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando una mano sobre la de Jennel.
—Es mi esposa —declaró con evidente orgullo— y es temible.
Jennel sonrió, extra?amente segura de sí misma. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que su intuición la había conducido exactamente al lugar correcto.
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Alan se irguió ligeramente y puso las manos sobre la mesa, barriendo con la mirada a sus interlocutores.
—Para poner en práctica las ideas de Jennel, primero necesitamos hacer un diagnóstico preciso. Debemos enumerar nuestras fuerzas y recursos, incluidos los más sutiles. Y sobre todo, debemos entender los métodos y las motivaciones de… —hizo una pausa, con una sonrisa irónica— …nuestro adversario.
Awa asintió lentamente, mientras Thabo se hundía en su asiento, pensativo.
—En cuanto a compartir los anillos —prosiguió Alan con un tono deliberadamente despreocupado—, personalmente no tengo ningún problema con que te quedes con el de Banff, Thabo. Al fin y al cabo, probablemente tendremos que repartirlos… siempre podemos echarlo a suertes.
Acompa?ó sus palabras con una sonrisa traviesa.
Thabo parpadeó, sorprendido. Abrió la boca, la cerró, y luego soltó una risa breve e incrédula.
—Estás bromeando, ?no?
—Solo a medias.
Un silencio flotante se instaló. Alan lo dejó alargarse, evaluando la reacción de sus interlocutores. Thabo negó con la cabeza, atónito, pero finalmente se relajó.
—Hay mucho que reflexionar… y con la mayor discreción —declaró finalmente con tono grave.
—Eso es evidente —asintió Awa.
Alan intercambió una mirada cómplice con Jennel, que se limitó a sonreír ligeramente, satisfecha de haber sembrado una semilla en sus mentes.
Pasaron algunas horas. La noche estaba ya bien avanzada cuando Alan y Jennel, acompa?ados de Imre y algunos hombres, escoltaron a los dos Elegidos hasta su lanzadera. La llovizna que había comenzado más temprano seguía cayendo en finas capas, envolviendo el ambiente en una atmósfera aún más amortiguada y densa. Thabo y Awa subieron a bordo tras un último intercambio de miradas cómplices con Alan y Jennel. Sin hacer ruido, la nave se elevó lentamente antes de desaparecer en la oscuridad.
Alan y Jennel se quedaron inmóviles un instante. Luego, en silencio, regresaron a la sala de reuniones ya vacía. Alan cerró suavemente la puerta tras ellos antes de volverse hacia Jennel, su mirada cargada de admiración.
—Has estado excepcional —murmuró con una sinceridad que le provocó un escalofrío.
Jennel esbozó una sonrisa, algo incómoda por la intensidad de su mirada.
—Es gracias a ti. —Hizo una pausa, buscando las palabras—. Tú me das la fuerza para atreverme, para llevar mis ideas hasta el final.
Alan negó con la cabeza, entre divertido y conmovido.
—No, Jennel… Esa fuerza siempre ha sido tuya. Yo solo le di un lugar para expresarse.
Ambos sabían que el plan apenas esbozado seguía siendo incierto, audaz, y que aún necesitarían pulir cada paso. Sabían también que sus aliados, aunque confiables en apariencia, debían ser puestos a prueba en la acción. Pero sobre todo, sabían que el éxito del plan dependía de un factor clave: lo que Alan pudiera lograr con las IAs.
Sin decir nada más, se tomaron de la mano. Alan apretó suavemente los dedos de Jennel entre los suyos, ofreciéndole esa certeza muda de que avanzarían juntos, ocurriera lo que ocurriera. Luego salieron de la sala, sus sombras fundiéndose en la luz tenue de los pasillos silenciosos de la Base.
JENNEL
Creo que lo hice bastante bien. La mirada de Alan rebosaba orgullo, y todavía me siento conmovida por eso.
No estoy del todo segura de que ese cuento viniera de un regalo de cumplea?os; creo más bien que era un recuerdo de la escuela. Y creo que lo modifiqué un poco.
Disfruté mucho esa reunión, aunque fuera muy seria. Me gusta llevar la contraria a las expectativas.
Jennel se había levantado temprano, mucho antes del amanecer. La noche aún persistía sobre la Base, y los días comenzaban a acortarse. Tenía que organizar varios grupos de actividades: deportes, arte, lectura... Para eso, dos lanzaderas, acompa?adas de guardias, irían a recoger diversos materiales y accesorios a la ciudad vecina, especialmente libros. No había manera de que se lo perdiera. Alan protestó, pero ella desestimó sus argumentos con una sonrisa firme antes de desaparecer por el pasillo en penumbra.
Dejando a Alan solo en sus aposentos.
Fue en esa relativa calma cuando Ingrid se presentó. Entró sin demasiada seguridad, sonriente pero visiblemente vacilante.
—?Quieres un chocolate caliente? —propuso Alan, levantándose.
Ella negó suavemente con la cabeza.
—No, gracias. —Se instaló un silencio incómodo—. Quería… disculparme por lo del bautismo en lanzadera.
Alan soltó una carcajada, una risa sincera que hizo que Ingrid se sonrojara ligeramente.
—?Fue un buen intento!
Ella alzó la mirada, un poco más relajada.
—Jennel hizo su informe sobre ti —continuó Alan, volviendo a ponerse serio—. Quería agradecerte por haber hablado de tu don. Es un tema importante.
Ingrid se encogió de hombros.
—No estoy nada segura de gustarme la atención que eso me trae.
—Necesito tu ayuda. También habría que registrar los demás dones presentes en la ciudad.
Ella frunció el ce?o, dudando.
—No estoy buscando responsabilidades.
—Igual que yo. Pero me cayó encima —respondió Alan con una sonrisa ladeada.
Intercambiaron una mirada cómplice. Ingrid respiró hondo, como sopesando su respuesta, y luego lo miró directamente a los ojos.
—?No tienes a nadie más, Comandante?
Alan arqueó una ceja.
—Repítelo con: ?No tienes a nadie más, Alan?
Ella se mordió el labio, indecisa por un instante, antes de reformular:
—?No tienes a nadie más, Alan?
Dejó que el silencio se instalara brevemente, luego respondió con calma:
—No, Ingrid.
Ella lo observó una última vez, como asegurándose de no estar cometiendo un error, y luego asintió.
—De acuerdo. Acepto.
Primeras nieves sobre la Base. Pocos copos logran atravesar el campo de repulsión, y el viento helado, también, se debilita a medida que intenta penetrar esa barrera invisible. El campo regula los fenómenos climáticos, preservando así un equilibrio artificial que contrasta con la dureza del mundo exterior.
Alan camina por un sendero incierto, la mirada fija en el horizonte. A su alrededor, la vegetación original sobrevive, protegida por el campo anti-nanites. Pero no ha venido a observar los paisajes congelados por el invierno naciente. Está preocupado. Le espera una acción decisiva, un intento audaz, simple en apariencia pero altamente incierto.
Un fracaso complicaría considerablemente su alianza con las Bases de Awa y Thabo. Un éxito, en cambio, tal vez abriría nuevas soluciones aún insospechadas. Tiene pocos elementos en sus manos, pero tiene una convicción: debe intentarlo.
Lleva su comunicador temporal sujeto a la mu?eca, bien consciente de que el primer paso no será suficiente. Tendrá que ir más allá, forzar los bloqueos invisibles que impiden el acceso a las verdades que busca.
Tomó la decisión muy rápidamente. La noche anterior, le explicó a Jennel su necesidad de soledad para prepararse. Ella no trató de disuadirlo, simplemente hundió su mirada en la suya. Su único aliento. Y fue suficiente.
Apoya el comunicador en su sien.
—?Lea?
—Sí, Alan.
Inspira profundamente antes de anunciar:
—Voy a hacer preguntas para las que no siempre tendrás respuestas. Deberás transmitirlas a la nave.
—Algunas preguntas podrían ser bloqueadas por los protocolos de seguridad.
—Entonces conviértelas en preguntas prioritarias para la Selección.
Alan pregunta quién puede acceder a la nave. Lea responde sin vacilar:
—El Elegido victorioso de la Selección.
—?Y un Elegido en curso de Selección que aporte una mejora al proceso?
Silencio. Lea no puede responder.
—Transmisión de la pregunta a la IA de la nave.
Pasan unos segundos antes de que llegue la respuesta:
—Interpretación indefinida.
Alan aprovecha su ventaja:
—El objetivo último de la Selección es prioritario respecto a sus modalidades.
—Afirmación no justificada.
Prosigue, implacable:
—La victoria de una Base proporciona una tripulación homogénea pero no óptima, mientras que un Elegido puede construir, con ayuda de varias Bases, una tripulación heterogénea más coherente, que cumple la misión de forma más eficaz.
Silencio.
—Y ese Elegido no ha tenido que sacrificar recursos irreemplazables para alcanzar una victoria de menor calidad para la Selección.
Nuevo silencio. Alan siente que va por buen camino.
—Y ese Elegido ha demostrado más imaginación que los demás, aquí y en otros lugares.
Finalmente, Lea retoma la palabra en nombre de la nave:
—Hablas de un Elegido que solo tiene cuatro anillos.
Alan juega su última carta con aplomo:
—El número de anillos es secundario, una simple modalidad de clasificación, muy por debajo de la importancia esencial del éxito de la misión, que es lo único que cuenta para tus creadores.
—?Estrategia utilizada? —pregunta la IA de la nave.
Alan responde con el mismo tono:
—Comunicación confidencial, interceptable desde tierra. Requiere adaptación de las modalidades en curso. Solicito acceso a la nave.
El silencio se alarga. Luego llega la respuesta:
—Concedido. Si fallas, serás eliminado.
Alan es prisionero de sus sentimientos. Ha ganado una victoria: puede acceder a la nave. Pero también sabe que se juega la vida. Si no logra convencer a la IA de la nave, será eliminado. Sin recurso. Sin segunda oportunidad. Debe perfeccionar su estrategia.
Ahora necesita coordinar sus acciones con Awa y Thabo y poner en marcha un proceso que influya positivamente en el intercambio con la IA. Todo debe estar pensado de antemano, cada palabra medida, cada argumento anticipado. No tendrá derecho al error.
—Lea, ?cuáles son mis probabilidades de supervivencia? —pregunta con un tono que intenta mantener neutral.
La IA responde de inmediato:
—Desconociendo la estrategia que piensa emplear, estimo en un 74% la probabilidad de que no tenga más del 10% de posibilidades de sobrevivir.
Alan suspira.
—Gracias por el apoyo, Lea.
—Puedo formular una respuesta más alentadora si lo desea.
Una sonrisa cansada cruza el rostro de Alan.
—No, gracias. Prefiero la verdad.
Alan regresó a sus aposentos, la mirada sombría. No había encontrado ninguna manera satisfactoria de anunciarle la noticia a Jennel. La encontró nerviosa, caminando de un lado a otro, y cuando lo vio entrar, se detuvo en seco, con la mirada llena de interrogantes.
—He conseguido acceso a la nave —dijo simplemente.
Jennel se acercó, una sonrisa cálida iluminando su rostro.
—?Es increíble, Alan! ?Felicidades!
No respondió de inmediato, permaneciendo inmóvil. Su silencio alertó a Jennel, que perdió la sonrisa.
—Alan, ?qué pasa?
Bajó los ojos un instante antes de confesar:
—Hay un riesgo. Si no logro convencer a la IA de la nave… seré eliminado.
Jennel dio un paso atrás, como si el golpe recibido fuera demasiado violento.
—?Entonces cambia de estrategia! —exclamó con una voz más alta de lo que hubiese querido—. ?No puedes forzar la suerte todo el tiempo!
—Todo tiene que acelerarse —respondió Alan—. Hay que organizar una nueva reunión de la alianza con Thabo y Awa. Debo presentarles una primera fase significativa antes de enfrentarme a la IA de la nave.
El rostro de Jennel se endureció. Cruzó los brazos, se?al de una decisión irrevocable.
—Entonces seré yo quien vaya con Ingrid a la Base de Thabo.
Muy enojada, Jennel a?adió con una voz helada:
—Ya que decidiste ofrecerte como víctima expiatoria a una máquina extraterrestre, me encargaré personalmente de liquidar al Elegido de Banff.
Alan intentó protestar, levantando ligeramente la mano como para calmar la situación.
—Jennel, quizá no sea necesario…
Pero incluso al pronunciar esas palabras, se preguntaba internamente si ella no sería capaz. Conocía su inteligencia y su fuerza de carácter. No era una guerrera, pero tampoco alguien que dudara cuando ya había tomado una decisión.
Inspiró profundamente antes de a?adir:
—Piensa en todo esto hasta ma?ana.
Jennel le lanzó una mirada furiosa, los pu?os apretados.
—?Ya lo he pensado! —gritó antes de darse la vuelta y marcharse, dejando a Alan solo con sus pensamientos turbios.
Jennel salió rápidamente de la torre central, dirigiéndose hacia la gran entrada, el rostro cerrado, la mente en ebullición. Caminaba con paso rápido, casi mecánico, como si la rabia que la impulsaba no le permitiera frenar. A lo lejos, el crepúsculo te?ía el cielo de tonos anaranjados, pero ella no percibía nada de la belleza del espectáculo.
Un guardia apostado en la entrada la interpeló:
—Se?ora, no es recomendable salir al anochecer.
Ella no le dirigió ni una mirada, y siguió su camino hasta el límite del campo de repulsión.
Allí, al borde de las lágrimas, fijó la vista en el horizonte borroso y murmuró en su comunicador:
—Lea, ?cómo puedo apartar a Alan de esta idea?
La IA respondió tras una breve pausa:
—La pregunta previa es: ?hasta dónde puede llegar? Y si juzgo por lo que he aprendido de su historia anterior, llegará hasta el final de lo posible siempre que su imagen lo sustente.
Jennel apretó los pu?os.
—Estás ignorando mi pregunta a propósito, Lea.
—No me es posible responder de otro modo.
Un silencio pesó entre ambas. Jennel reflexionó, los labios tensos. Finalmente, soltó en un suspiro:
—Entonces… debo desaparecer.
—Si usted desapareciera, él desaparecería también. Probabilidad: 88 %.
Jennel cerró los ojos, el viento helado azotándole el rostro. Así que era eso. Alan nunca retrocedería. Y ella… ella era prisionera de su propio amor por él.
Jennel regresó con pasos lentos, la mirada fija en el suelo, los hombros caídos. Atravesó la gran plaza casi desierta, los pocos transeúntes se apartaban ligeramente al verla, adivinando su turbación. En el centro, sentado en un graderío de piedra, Alan la esperaba. Al oír sus pasos, levantó la cabeza, percibiendo de inmediato su estado de ánimo.
Se sentó a su lado, sin decir una palabra, mirando al frente. El silencio se alargó entre ellos, pesado.
—No es justo —acabó diciendo ella, con la voz rota.
Alan asintió lentamente, una leve sonrisa amarga en los labios.
—Ya me lo dije en otra ocasión.
Giró la cabeza hacia ella, y en la penumbra, su mirada tenía esa intensidad perturbadora que ella conocía bien.
—Jennel… Siento en mí una necesidad que guía mis decisiones. Quiero creer que actúo para lo mejor, para todos. Pero a veces, dudo.
Bajó ligeramente la cabeza antes de a?adir, más suavemente:
—Solo hay una cosa de la que estoy seguro. Mi amor por ti.
Jennel giró lentamente el rostro hacia él, con los ojos brillantes. Inspiró profundamente, buscando las palabras.
—Tú crees que nuestro amor fue natural. Pero no lo fue.
Alan frunció ligeramente el ce?o, intrigado.
—No lo fue. Cayó sobre nosotros en un mundo roto, en circunstancias que no tenían nada de ordinarias. No es un amor como antes de la Ola, con sus etapas, sus dudas, sus desvíos. Nació en el caos y en la urgencia. Tuvo que crecer rápido, fortalecerse bajo la presión de los sue?os y de la realidad. No es un amor natural… pero es más real que la realidad.
Alan la miró largo rato, luego posó suavemente su mano sobre la de ella.
—Entonces, vamos a hacer lo que hay que hacer. O lo que creemos que hay que hacer.
Ella apretó su mano, una leve sonrisa iluminando su rostro cansado.
—Juntos.
JENNEL
No, no me divierte ver a mi marido ir regularmente hacia una muerte probable. Ni vivir estresada pensando que tengo una especie de héroe a mi lado y que tendría mucha suerte si no se convierte en un mártir.
Hoy en día es imposible levantarle una estatua o poner su nombre en el calendario.
Por cierto, Alan es un nombre celta que significa “bello, sereno”. No haré comentarios.